Tróspido. Me encontré con ella una noche en twitter. Sonora, misteriosa, con la elegancia de una esdrújula. Las palabras agudas son trabajadoras, las llanas clase media y las esdrújulas la aristocracia del idioma. Fue amor a primera vista. La fuerza de la erre y la sensualidad de la de, combinadas con el acento, me cautivaron. Pero veo que no soy el único, Internet se ha enamorado de ella.
Parece ser que su descubrimiento se debe a @hematocrítico, un profesor gallego, bloggero y activo en twitter. Enhorabuena. Como buena parole fatale, es esquiva y no acabamos de saber qué quiere. Su significado no está del todo definido, en la RAE la acaban de conocer y sus señorías son gente prudente, no se pronuncian. Pero se ha llegado a un consenso: es un adjetivo que indica algo que está mal, que es desagradable, incorrecto o erróneo más allá de lo que pueden describir los adjetivos al uso.
Si te casas con tu prima tus hijos saldrán tróspidos. El gato de las tiendas de los chinos es tróspido (bueno, tal vez toda la tienda); un yogur caducado es tróspido.
Eso me lleva a preguntarme, ¿vivimos en una democracia tróspida? ¿Una trospicracia?
“Lo llaman democracia y no lo es”, cantan algunos desde aquel famoso 15 de mayo de 2011, en el que las calles de España empezaron a sonar de otra manera. Un ruido que retumba amplificado por el vacío de los parlamentos, que se han mudado de alquiler a luminosos consejos de administración con muchas posibilidades y excelentes vistas a jubilaciones doradas.
No se si es democracia, quizás sí, aunque si la comparas con la que sale en los libros, en la mismísima Consti, convendrán que anda muy desmejorada. Ya no parece la misma, si es que algún día lo fue. Tal vez tuvimos, desde que nació, una visión sesgada, arrullada por tantos juglares que cantaban sus gracias incomparables. Pero, obligada a vender sus vestidos caros, se ha quedado en ropa interior y vemos un cuerpo más bien tróspido.
El dinero no para de fluir de abajo hacia arriba, con los pobres financiando a los ricos, los desahuciados a los banqueros, los escolares a los obispos y los funcionarios a los asesores a dedo. Una economía tróspida que primero exige recortes sociales pero que luego no necesita rescate y que luego tal vez sí, o no ¿quién sabe? Lo último es el rescate virtual, el colmo de la trospidez.
Tenemos hombres de estado a los que se les flexibiliza la nariz cada vez que hablan, otros que se van al fútbol en tróspidos viajes con extra de vino y güisqui y otros que, envueltos en banderas lampedusianas, quieren un país nuevo para que nada cambie. Todo esto se aliña con unas leyes tróspidas que lo mismo sirven para darle un porrazo al que se levanta como al que se queda sentado en el suelo. Al ciudadano que protesta se le modula y punto.
Los desmodulados sabemos que esto es un cambio de ciclo en la historia. No está claro si es simplemente un retroceso de un siglo o un gran salto adelante. Tal vez tienen razón los filósofos que hablan de tiempo circular y avanzamos a 100 megas por hora hacia el pasado. En todo caso es un nueva etapa y quizás necesitemos nuevas palabras para expresarla.
Sugiero a los dueños de la razón de estado el nuevo concepto: trospicracia. Puede que de entrada lo rechacen ya que es cierto que tróspido designa una realidad fea y desagradable. Pero espero de los autores de ponderación del IVA, crecimiento negativo o crédito en condiciones favorables, una mente abierta para valorar lo que pueden ganar con ello. Piénsenlo. La fealdad es tan notoria que ya no se disimula ni con perfumes caros. Y puestos, este último hallazgo lingüístico tiene algo simpático; una palabra seductora siempre ayuda a los desesperados a llevarlo mejor, fíjense en el ejemplo de la iglesia.
Refundemos, es un decir, nuestro régimen e iniciemos una nueva etapa de esperanza convirtiendo la agotada democracia en trospicracia. Se está haciendo de facto, solo falta ponerle el nombre. Cierto es que mi propuesta pierde la esdrújula original, pero conserva algo de su glamour; sería como la segunda generación, venida a menos, de los tróspidos de toda la vida.
De momento google no la reconoce, hay que remediarlo. La trospicracia puede ser la clave para mejorar nuestra imagen, tan deteriorada por los enemigos de la patria. Tras exportar la Santa Transición nos hemos dormido en los laureles y eso no puede ser. Decía Valle-Inclán, que nos conocía bien, que «España es la deformación grotesca de la civilización europea«. Hagamos de la necesidad virtud y españolicemos la teoría política, exportemos trospidez a Europa, al mundo entero y olé.
*Imagen de portada: versión de Guernika de Ron English.
Ya se que no tiene nada que ver, pero a mí siempre me ha gustado «libélula».
Tu entrada te ha salido guapa por fuera y con «belleza interior», que es una expesión vacua pero muy manida.
Muchas gracias Pep. Hay que innovar, aunque nada cambie en el fondo. Mira, reflexiones que se le ocurren a uno cuando no tiene nada mejor que hacer (qué mentira es eso siempre).