Había empezado la semana viviendo un nuevo salto evolutivo. No lo digo por decir, había experimentado en mis carnes una sensación reprimida durante tantos años: por fin pude, una vez acabado el rollo, tirar el soporte de cartón al inodoro sin problemas. Mientras desaparecía de mi vista no pude evitar un sentimiento optimista y, por qué no, de cierto orgullo de género. Con el tubo desechable la humanidad había alcanzado nuevas cotas de desarrollo. Cierto es que enseguida me vino a la mente el inexplicable fracaso con los grumos del colacao, pero todo llegará. Vale, el nesquik dicen que no hace grumos pero, lo siento por ellos, no sabe igual. ¿Por qué no colaboran, por el bien común, e intercambian conocimientos? Si Merkel, Sarkozy y Papandreu pueden, con una teleconferencia, poner en marcha un futuro esplendoroso para Grecia, los señores y señoras de Colacao y Nesquik podrían aliviar también la tensión con su granito de arena. En tiempos duros todos tenemos que arrimar el hombro.
Pero hete aquí que al llegar el fin de semana mi confianza vuelve a flaquear como un índice bursátil cualquiera. Andaba yo con la guardia baja, desayunando el sábado (tarde, como está mandado) mientras hacía zapping en la tele (deporte de riesgo donde los haya) y Zas, en toda la boca: Deadliest Warrior, El guerrero más letal. No daba crédito a lo que estaba viendo, un absurdo plagado de disparos en el que unos talibanes se enzarzaban a tiros con unos tipos con verdugos y ropa militar que según el programa eran miembros del IRA. Sí, como lo leen. Abajo había una puntuación de bajas en el combate que estaban teniendo por el control de un importante parking abarrotado de coches y furgonetas en pésimo estado. Comprobé que mi café era el de siempre y mi cigarro también. Ojiplático, no pestañeé hasta el final del programa. Por cierto, ganó el IRA con remontada final. Superemocionante.