Tiempo lectura: 3 “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos meses de lucha y sufrimiento”.
Discurso de Winston Churchill en la Cámara de los Comunes
13 de mayo de 1940
Había una vez un reino muy muy cercano aquejado de una extraña enfermedad cuyo nombre no se podía pronunciar. Aquella enfermedad atacaba a las palabras, con lo que se entiende que los virus neutralizaran en primer lugar su propio nombre. Las palabras tienen el germen en su adn, así que el mal innombrable no era nuevo y tenía mucho que ver con su peso. Porque en contra de lo que mucha gente cree, las palabras no son etéreas, pesan su significado en oro y hay que tener mucho oro para comprar significados. La prueba es que las palabras de los de abajo nunca llegan arriba, lastradas por la pobreza, que es como el plomo. Por contra, las palabras de los de arriba se precipitan siempre sobre los de abajo. Unas veces caen como losa y otras bajan gráciles como filo de diamante. Eso es algo que los sabios doctores de la la corona saben y callan, por no crear alarma social entre sus súbditos.
La enfermedad se manifiesta en que las palabras cambian de forma de tal manera que algunas no se reconocen en el espejo por las mañanas. Eso provoca que la lengua se ensucie con ruido de interferencias, como una pantalla con «nieve» buscando su sintonía. En casos extremos se desarrollan tumores necróticos en la lógica proposicional que hacen irrecuperables regiones enteras del pensamiento.
No es una enfermedad exclusiva de este reino, de otros lugares remotos también llegaron microbios que disfrazaron las viejas palabras guerra e inocente con un estilo más «casual«: intervención humanitaria o daños colaterales; el maldito bicho no se anda con sutilezas y ataca también perífrasis y circunloquios con la misma saña. Hubo un tiempo, hace ya muchos años, en el que el mal casi mata a todas las palabras al convertir Horror en solución final. Pasado ese trance de muerte parecía que las palabras estaban inmunizadas, pero el virus es muy resistente. Se sabe que determinadas perturbaciones atmosféricas o desastres naturales, como la pobreza o la injusticia, convierten a la viejas palabras en afiladas espinas que pueden herirte, como un huso a una princesa, si no las sabes manejar con cuidado. Ante eso, algunos consejeros de palacio inocularon un potente bacilo, el miedo, que tiene la virtud de limar asperezas: siempre han sido partidarios de palabras romas con las que puedan jugar los niños.
Por estos pagos, hace años, esos consejeros crearon consenso y transición para sustituir statu quo e impunidad, palabra ésta última de muy mala fama. Pero últimamente y en poco tiempo el reino ha sufrido una grave recaída y anda postrado en el lecho por un rebrote del mal innombrable. Porque lo que tal vez esos aprendices de brujo no calcularon, o sí, es que el miedo produce un efecto secundario muy potente que hace que el virus se vuelva más agresivo, hiriendo de muerte a las palabras más resistentes y borrando el rastro de las más débiles.
En este reino, austeridad y liberalización acaban de abrir un negocio de reformas a domicilio que lo mismo te alicata una autopista que te derriba una escuela. Diferente tiene que llevar un parche amarillo en la ropa, siempre visible, que dice extremista. De un tiempo a esta parte no despedimos a nuestros familiares en la estación, los reajustamos o flexibilizamos con lágrimas en los ojos. La subida de impuestos es ponderación fiscal y las viejas tradiciones laborales de nuestros bisabuelos la modernidad. A libertad la hemos puesto a trabajar en un burdel de los de público exclusivo. Privado, por supuesto. Le hemos competitivizado la paga dos veces, pero ella no se queja porque tiene para ir tirando y si se queja hay cuarenta palabras más en la puerta. Mientras, la lógica ha sido detenida y está en prisión preventiva, a la espera de una decisión judicial que será responsable ya que justa está afectada por un ERE iniciado tras demostrar unos tecnócratas extranjeros que su sueldo era un gasto inasumible para la corona.
Otras palabras viejas, viéndolo venir, sencillamente han huido con lo puesto hacia tierras lejanas. Responsabilidad, por ejemplo, harta de pudrirse en el paro ha cogido su petate y ha emigrado donde pueda sentirse útil.
Por cierto, vergüenza se encuentra en paradero desconocido; sus familiares agradecerán cualquier dato que ayude a su localización.