Un amigo dice a menudo una frase muy aguda: “nos estamos volviendo tontos y nos gusta”. No solo clava la realidad en muchos aspectos sino también la tesis central del libro de Nicholas Carr, Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Tras unas cuantas semanas abandonada, vuelvo a mi sección peñazo, Medioteorías, que, aunque parezca mentira, también tiene sus admiradores, no se crean.
A nuestro cerebro Internet le parece una pastelería abierta las 24 horas y con todas las variedades de golosinas inimaginables y, aparentemente, gratuitas. La recompensa es prácticamente instantánea. ¿Quién, a estas alturas, está dispuesto a leer veinte páginas de buena literatura erótica para llegar poco a poco a la excitación si a golpe de un clic y en diez segundos ya tienes a la chica dispuesta a satisfacer cualquier fantasía que se te ocurra? Si hasta las pelis porno tradicionales tienen introducciones, con perdón, que se nos antojan largas. ¿O no las tienen ya? Agradeceré la información a cualquiera que quiera ilustrarme, hace tiempo que no piso un videoclub.
Y lo malo, o lo bueno, es que nuestro cerebro siempre está dispuesto y siempre pide más (ya no hablo de porno, vuelvan).