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Cuentan que un día, Joan Pich i Pon, un prohombre barcelonés, estaba con un grupo se señoras de la alta sociedad y quiso presentar a un familiar. “Aquí mi sobrino, que es sifilítico”. “Filatélico, tío, filatélico”, le corrigió el sobrino, aficionado a coleccionar sellos.
No era la primera ni la segunda metedura de pata de Pich i Pon, un personaje que se había hecho famoso por eso. Tanto, que sus peleas con el idioma habían creado una nueva palabra entre los barceloneses, las “piquiponadas”.
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Tiempo lectura: 4 La II República Española da sus últimos estertores en Alicante, a finales de marzo de 1939. Cerca de 20.000 personas se hacinan en el puerto, entre la desesperación y la esperanza de poder huir de la victoria. Son republicanos, por convicción o por puro sorteo de la vida, abandonados por todo el mundo. Literalmente. Se habían concentrado allí ante el rumor de que les dejarían salir de España sin daño alguno. Aparte de que era un falso rumor interesado –las tropas de Franco y de Mussolini no llegaban con la misma idea– el otro problema era cómo hacerlo.
Entre otros, hay dos barcos británicos allí, dos mercantes que comerciaban con la ya moribunda República Española. Uno es el Maritime. Su capitán, escrupuloso cumplidor de las normas, no está autorizado a embarcar más que a 40 pasajeros, todos autoridades. Y así zarpa medio vacío. La historia del navío y el nombre del capitán se pierden en la historia; y a mí particularmente me importan un pimiento. Pero hay otros nombres que trascienden por no cumplir las órdenes recibidas: el del navío es Stanbrook y el de su capitán, un valiente galés de 47 años, Archibald Dickson. Ambos sí han pasado a la historia con todos los honores.
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La madrugada del 9 de junio de 1933 había sido una noche calurosa en Madrid. Una noche especialmente terrible en un piso de la calle Galileo, el que ocupaban Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart, de 18 años. Una noche en la que Aurora no ha pegado ojo. Tiene que tomar una decisión difícil, muy difícil: aguantar un poco más o acabar con la obra de su vida.
A las nueve de la mañana decide lo segundo. Entra en la habitación de Hildegart. Su hija todavía duerme. Fueron 4 disparos. Primero dos en la cabeza, luego otro en la barbilla y finalmente uno en el corazón, como para asegurarse.
No es un asesinato cualquiera, es un escándalo que conmociona a la España efervescente de la II República.
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Recortes de la historia, vistos desde el fondo a la izquierda.