Charlye Parkhurst se había hecho famoso como conductor de diligencias. Parecía salido de un casting: de baja estatura, gran bebedor de whisky, fumador y masticador de tabaco, que seguro escupía por un colmillo. El cuadro se completaba con un parche negro en un ojo que le había dado uno de sus apodos: Charley “El Tuerto” (One Eyed Charley).
Conducir una diligencia en el Far West en plena fiebre del oro no era tarea fácil. Era una labor solo al alcance de hombres habilidosos y duros como el pedernal. Charley Parkhurst, un hombre respetado y admirado, tenía fama de ambas cosas.
Y seguramente tenían razón. Pero cuando Charley murió se dieron cuenta de que no era la clase de hombre que ellos pensaron. Les había engañado a todos.
Charley era una mujer.