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Claudette Colvin, la otra

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Si una ley es injusta, es lícito no acatarla
Henry David Thoreau

Mientras más obedecíamos, peor nos trataban
Rosa Parks

Si hablamos de desobediencia civil, de desobedecer leyes injustas, no solemos acordarnos de Claudette Colvin, su nombre no nos dice nada.

En seguida nos vienen a la mente Mandela o las sufragistas inglesas, unas señoras muy desobedientes que consiguieron el voto para la mujer.  Y, sobre todo, Rosa Parks, la costurera que en diciembre de 1955 se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco, tal como marcaban las leyes de Alabama. Parks, pasó la noche en el calabozo y pagó una multa de 14 dólares, pero a la vez fue un símbolo para el inicio del movimiento en favor de los derechos civiles y el fin de la segregación racial en Estados Unidos. Eso es lo que consiguió Rosa al no obedecer una ley injusta.

Pero, como sugería al principio,  no quiero hablar de Parks, que ya la conocemos. De quien quiero hablar hoy es de Claudette Colvin. La otra.

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La trobairitz y la soldadera

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Hasta hace cuatro días yo no sabía quiénes eran las trobairitz. En los siglos XII y XIII debían hacerse muy largas las tardes en los castillos de los poderosos, sobre todo porque no trabajaba ninguno. Aparte de entrenarse en el manejo de las armas y procurar no ser envenenado, poco más había por hacer.

Así que, armas aparte, los que no se daban a la oración y la mística se dieron a la literatura y el canto. En los siglos XII y XIII surgieron en el sur de Francia (o Catalunya Nord, no se me enfaden mis paisanos) los trovadores. Posteriormente la moda se extendió por otros lugares del Occidente cristiano.

Los trovadores componían y cantaban en lengua provenzal u occitano. Era una poesía culta y refinada, surgida entre las clases ricas para consumo propio, una afición para pasar el rato. Una poesía profana sometida a unas reglas estilísticas muy marcadas que cantaba lo que se ha venido a llamar el “amor cortés”.

¿Qué era eso? En teoría una concepción platónica y mística del amor, un estado de sufrimiento gozoso que lleva al nirvana, pero en el que no se consuma nada de nada. El trovador canta las excelencias de su inalcanzable amada. ¿Por qué inalcanzable? Pues porque la amada era la mujer de otro, así que había que guardar las apariencias y mantenerse lejos de la espada del cónyuge. Tanto que a menudo se usaban seudónimos en lugar del nombre de la señora.

Pero este esquema de trovador y amada-señora-de no siempre se dio así. Aunque se han documentado pocos casos y quedan pocas pruebas escritas, existieron algunas mujeres que le dieron la vuelta al asunto, las trobairitz.

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Hildegart, la hija imperfecta

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La madrugada del 9 de junio de 1933 había sido una noche calurosa en Madrid. Una noche especialmente terrible en un piso de la calle Galileo, el que ocupaban Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart, de 18 años. Una noche en la que Aurora no ha pegado ojo. Tiene que tomar una decisión difícil, muy difícil: aguantar un poco más o acabar con la obra de su vida.

A las nueve de la mañana decide lo segundo. Entra en la habitación de Hildegart. Su hija todavía duerme. Fueron 4 disparos. Primero dos en la cabeza, luego otro en la barbilla y finalmente uno en el corazón, como para asegurarse.

No es un asesinato cualquiera, es un escándalo que conmociona a la España efervescente de la II República.

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