En los años 30, Hungría, y en especial Budapest, era un sitio muy triste donde, al parecer, los suicidios habían aumentado de forma llamativa. A partir de ese hecho surgió una iniciativa curiosa, el llamado “Club de las sonrisas de Budapest”.
Con todo el mundo tapándose la boca con una máscara a causa del Covid no me he podido resistir a rescatar esta historia sobre la tristeza húngara, una canción que provoca el suicidio y una escuela que enseña a sonreír para superar la depresión.
Aviso: esta historia va de sonrisas, no se la tomen muy en serio. Igual hasta tiene truco al final.
Antes de emnpezar con los zoos humanos permítanme una historia particular, con nombre y apellido. Sara (Saartije en afrikáans) Baartman nace en 1789 en Cape Est, Sudáfrica, en la tribu de los khoikhoi. Siendo adolescente emigra a Cape Flats, cerca de Ciudad del Cabo donde es esclava de unos granjeros. Pueden imaginar que la vida de la muchacha no era idílica.
En 1810 es vendida al británico William Dunlop, que se la lleva a Europa. Con apenas 20 años Saartjie sale de África rumbo a la civilización. A partir de ese momento su vida será aún peor.
Hoy me apetecía meterme en un jardín y, puestos a elegir, he elegido dos. Nada de medias tintas.
El primero es que quiero recomendar un libro, Belgistan: El laboratorio nacionalista, que conozco solo de oídas. Un par de entrevistas al autor, Jacobo de Regoyos, y otro par de críticas ya me sirven para recomendarlo. ¿Se imaginan que hicieran lo mismo en los suplementos literarios de los diarios? ¿Se lo imaginan? Yo en cuanto me acabe el enorme listado de libros que tengo pendientes de lectura me lo compro. Para los que no tengan tiempo de leerlo aquí tienen cuatro apuntes, por si se animan a profundizar.
El segundo marrón, y el más arriesgado, es que voy a intentar entender lo que pasa en Bélgica, cosa que hasta a los los politólogos belgas honrados les debe resultar difícil.
Jacobo de Regoyos es corresponsal de Onda Cero en Bruselas desde hace trece años, así que sabe de qué va la vaina. Además está casado con una belga flamenca y, según las entrevistas, ha debatido el libro, palmo a palmo, con la familia de su mujer, especialmente los pasajes que no dejaban en buen lugar a los flamencos. Ahí tienen al españolito discutiendo de política nacionalista con su suegro, con un par. Solo por eso merece un respeto. No me negarán que el tipo no es digno descendiente de aquellos españoles de los Tercios, si hasta el nombre parece salido de una entrega de Alatriste.
La conclusión a la que llega Regoyos es que Bélgica desaparece, se esfuma. Solo es cuestión de tiempo, y no mucho. No hay nada que una a las dos comunidades –flamenca y valona– que comparten un país como aquellas parejas que lo único que les une es la hipoteca. Lo curioso del caso es que sea en Bruselas, el corazón de la UE, donde pase eso. ¿Qué repercusiones podría tener? ¿O, precisamente por ser la capital europea, eso no llegará a suceder? Regoyos cree que lo único que hacen los políticos belgas es ganar tiempo, pero que se encuentran ante una calle sin salida. Actualmente Bélgica ostenta la plusmarca mundial de estado sin gobierno (ha superado ya los 9 meses de Irak); y su partido mayoritario, el NV-A (Nueva Alianza Flamenca), tiene como punto principal de su programa la independencia de Flandes, o sea, el fin de Bélgica.