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La suerte del soldado Powers

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Era marzo de 1958, un día cualquiera en el pequeño pueblo de Mont d’Origny, en el norte de Francia, cerca de la frontera con Bélgica. Hay un accidente automovilístico frente a la casa de Yvette Beleuse. Allí vive la joven madre junto a sus cinco hijos, nadie más.
Pero al llegar la policía al lugar ven la figura de un hombre mirando a través de las cortinas, alguien que no debería estar ahí. De hecho es alguien que debió estar junto a su unidad 14 años antes, alguien que se esfumó y que ahora reaparece desde las sombras. Es Wayne Powers, un desertor del ejercito estadounidense durante la batalla de las Ardenas, en 1944.
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La suerte del soldado Slovik

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Durante la Segunda Guerra Mundial, cerca de 50.000 soldados estadounidenses desertaron de sus tareas. De estos, a más de 21.000 se les condenó a diversas penas, la mayoría de ellas de arresto o encarcelamiento. Una junta de clemencia revisaba los casos graves, reduciendo las sentencias en el 85 por ciento de ellos.
Se decretaron 49 sentencias de muerte.
De esas 49 condenas a muerte, se conmutaron 48. Solo un soldado estadounidense fue ejecutado por deserción: Edward Slovik, 24 años, en sus propias palabras “el tipo menos afortunado del mundo”.
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La Navidad de 1914

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Hace más de cien años, la Navidad de 1914 en Europa, y más concretamente en los campos de Bélgica, fue muy diferente. Ese verano había empezado la Primera Guerra Mundial y los hombres se mataban con saña en el barro.

Pero era Nochebuena y el Káiser quiso tener un detalle con sus chicos, que recibieron abetos para decorar y, más importante, raciones extras de pan, salchichas y alcohol. El frente estaba en calma y la cosa empezó a animarse, los alemanes se arrancaron con Stille Nacht (Noche de Paz) el villancico austríaco compuesto un siglo antes y ahora universal.

Al otro lado, tras la sorpresa inicial, los británicos  se sumaron a la fiesta, contraatacando con sus villancicos. Y luego se volvió todo un poco loco, en el buen sentido. Unos alemanes se armaron de banderas blancas y se lanzaron a la tierra de nadie: “¿Hey Tommy, quieres unas salchichas?”; “OK Fritz, te las cambio por chocolate” contestaron los ingleses.

Y allí se juntaron, estrecharon sus manos, intercambiaron comida y compartieron bebida y tabaco. La mayoría no se entendía pero todos decían lo mismo porque eran iguales, más iguales que nadie en el mundo en ese momento.

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