El 15 de abril de 1989 era día de fiesta en Sheffield. La federación inglesa había decidido que el campo de fútbol de Hillsborough sería el escenario de una semifinal de Copa entre el Liverpool y el Notthingam Forest. Unos 50.000 aficionados acudieron a ver el espectáculo.
Este es un post de urgencia, solo para decirles que si tienen la oportunidad y un estómago resistente para historias jodidas como la vida misma, no se pierdan Making a Murderer.
No es una película, sino una serie documental de 10 capítulos, pero más adictiva que la mayoría de ficciones que he visto últimamente. Un documental sobre la historia de Steven Avery con un mensaje muy potente y contado de tal forma que tienes que seguir viéndolo hasta el final.
No suelo hablar de series en este blog porque a mí me resulta muy difícil hacerlo sin espoilers, supongo que hay que tener un talento especial para ello. Pero Making a murderer es de esas series de las que necesitas hablar recién las acabas, una historia que tienes contarle a todo el mundo, aunque solo sea para desprenderte de esa malla pegajosa de desazón que deja en tu visión del mundo civilizado. Y por lo que veo no soy el único, tras su estreno en Netflix habla de ella hasta el presidente Obama. Seguir leyendo Making a murderer, el poder incontrolable→
En 1929 Liberia celebraba elecciones, la fiesta de la democracia, ya saben. El presidente Charles Dunbar Burgess King, del True Whig Party (liberal) se enfrenta al aspirante, Thomas J. Faulkner, del Partido Popular. Se sabe que quien convoca elecciones en el poder suele llevar ventaja, y esta vez se volvió a cumplir: ganó el presidente King, (el nombre es más apropiado de lo que parece).
La victoria de King (en las fotos de portada) fue histórica, obtuvo 234.000 votos por solo 9.000 de su oponente. Pero no fue histórica por la paliza democrática, lo fue porque en este momento había solo 15.000 votantes registrados. Una hazaña que le hizo aparecer como el mayor fraude electoral de la historia, según ‘un libro de excesos que hay en inglés’, que diría Krahe. Seguir leyendo Elecciones en Liberia en 1929 (parábola liberiana)→
Algo tiene que hacer el PP, y ha hecho un vídeo. Puestos a hacer algo fresco, hubiera sido más rompedor haberle dado a Fátima Báñez un móvil para que grabara a su aire, o inventarse una historia de metraje encontrado. Yo lo hubiera preferido, aunque reconozco que sus presuntos votantes tal vez no tanto.
De entrada aparece la imagen de una mesa y un rótulo que reza “Madrid, enero de 2015”. No se si para situarnos a nosotros o a ellos mismos. Y desde el comienzo todo tiene un aire un poco irreal, como que hay cosas que no encajan. De entrada abre con un audio de ambiente de bar… en una sala privada con solo cinco personas: Rajoy, Cospedal, Arenas, Floriano y González Pons. ¿De quién son los murmullos? Inquietante.
Como todos sabemos, el inicio marca el acento de la narración, que seguirá en un tono irreal con cosas como “pagando menos intereses se pueden prestar más servicios sociales. Eso los ciudadanos no lo saben y hay que contarlo mucho” o algo confuso de Floriano sobre la piel que es tan lírico que se me escapa. O ese otro momento en el que González Pons busca la empatía ante el sacrificio que supone su labor, llegando al alma del espectador sensible, probablemente en forma de ira.
El vídeo acaba con una voz en off mientras nuestros protagonistas siguen hablando animadamente de sus ideas y proyectos, aunque yo sospecho que al final mueven la boca sin decir nada, como auténticos profesionales.
Paréntesis: queridos expertos en marketing, lo de no saber comunicar y que queda mucho por hacer es como el amén de la misa, una letanía que de tan gastada no significa absolutamente nada. Cierro paréntesis.
Dicho esto, hay que reconocer que el vídeo tiene una factura impecable, lo que, como bien sabe el juez Ruz, en este partido más que raro es casi revolucionario. Muy bien filmado, muy pulcro (muchos vasos y tazas, ni un solo posavasos, ni una sola marca en la mesa) y con una luz impecable. Lo que me recuerda a la cita que se atribuye a Bernard Shaw cuando descubrió los letreros de neón de Broadway: “debe ser precioso si no sabes leer”.
Entonces echas en falta sobre la mesa algunos sobres, algunos fajos de billetes junto a una botella de whisky, un señor con traje y cartuchera sobaquera de pie junto a la puerta. Y te parece que la escena tiene demasiada luz, y te acuerdas de Gordon Willis y Coppola y esa maravilla de penumbras y sombras que retrataron los despachos del poder como nunca se ha hecho. A medida que comienzas a recomponer el original empieza a sonar en tu cabeza Nino Rota y poco a poco las figuras de nuestros próceres se transforman en las de Tom Hagen, Clemenza, Tessio, y los hermanos Sonny y Michael Corleone. Es entonces cuando todo encaja.
Retomo mi sección de escenas de películas con El Padrino(The Godfather, 1972), dirigida por Francis Ford Coppola e interpretada en sus papeles principales por Marlon Brando, Al Pacino, James Caan y Robert Duvall, entre otros. La historia se basa en una novela de igual título escrita por Mario Puzo en 1969 y que se había convertido en poco tiempo en todo un bestseller. El guión lo adaptaron Puzo, Coppola y Robert Town, no acreditado pero que escribió algunas escenas, entre ellas la que luego destacaré.
Lo que inicialmente iba a ser una película de bajo presupuesto dirigida por un Coppola de 31 años prácticamente novato, se convirtió en una trilogía (The Godfather II, 1974; TheGodfather III, 1990) que aparece en todas las listas de las mejores películas de la historia del cine.
Desde el principio soy consciente que no hay nada nuevo que decir sobre El Padrino. Pero cada vez que me la encuentro el resto de mi vida se espera un rato hasta que acabe. Tal vez haya mejores películas pero a mí ninguna me provoca el mismo efecto y muy poquitas me gustan cada vez más pasados los 10 visionados. En esencia la película cuenta un periodo de la vida de una de las familias del crimen organizado (cuidadosamente se eliminó la palabra mafia del guión) de Nueva York justo después de la Segunda Guerra Mundial, concretamente el traspaso del poder del padre a uno de los hijos. En ese sentido se ven ecos de El rey Lear en la película, un film que habla de casi todo: el poder, la política, la violencia, la moral, la familia (sobre todo); en definitiva, de la condición humana.
La película está repleta de escenas intensas, memorables. Precisamente eso es lo que algunos críticos le echan en cara como uno de sus defectos: a veces más que una narración fluida se convierte en una sucesión de buenas escenas que no se integran en el relato. Como sea, el caso es que acabada una, ya quieres ver la siguiente. Todas son formidables, pero hoy destacaré mi favorita tras el enésimo visionado: en la que Michael toma las riendas y se convierte en el jefe de la familia. El cambio se ritualizará en la escena final, pero lo vemos antes, cuando todavía están vivos tanto el padre como Sonny, su sucesor oficial.
Nuevo mensaje, alto y claro, a los mercados: la Agencia Tributaria desmantela su unidad contra la corrupción en Baleares. Los agentes habían sido claves para sacar a la luz tanto el caso Urdangarín como algunos asuntillos del PP de las islas. Como se ve una vez más, a nuestro gobierno no le tiembla el pulso para sacarnos de la crisis. Si esto no genera confianza en nuestro país la culpa será de esos mercados que, como todas las divinidades, no son nada claros en sus demandas y generan cierta confusión, incluso en sus mas fervorosos creyentes. Antes de criticar la medida reconozcan que no es fácil acertar con dioses tan esquivos.
Históricamente España, salvo raras excepciones, ha tenido gobiernos que se han pasado más tiempo mirando al cielo que a los gobernados. Desde los tiempos del glorioso imperio , aquel en el que sus súbditos salían a matar por el mundo porque aquí se morían de hambre, los gobiernos españoles han tenido a bien ser depositarios de la esencia de la verdadera religión, que diría Alatriste. A cambio de una comisión y, sobre todo, de la satisfacción del deber cumplido, claro. Hay dos cosas que nunca han faltado en una iglesia: la cruz y el cepillo. La verdadera religión no ha cambiado, aunque sí el nombre de la divinidad, ahora son los mercados. El cepillo ha pasado a primer plano.
Pero, como decía al principio, el problema con las divinidades es que no son transparentes. Gustan de los mensajes ambiguos, las paradojas y las contradicciones. Que no es aconsejable jugar al póker con ellos, vamos. El Rajoy candidato, el de la niña de los (sic) chuches, pensó que con sólo sentarse a la mesa le iban a dar fichas; y ahí lo tienen todo el día debajo de la mesa: no es que esté escondido, es que las está buscando. Las fichas, no las chuches.