Roman Stashkov camina una tarde de sábado por San Petersburgo. Un puntito más, un campesino humilde perdido por las calles de la hermosa ciudad rusa. Su estampa es casi la de un vagabundo.
Era noviembre de 1917. En aquel momento la ciudad se llamaba Petrogrado y una revolución estaba a punto de cambiar la historia de Rusia y del siglo. Pero Roman en ese momento está concentrado en cosas más importantes: encontrar la estación de tren para volver a su pueblo.
A esa hora las calles están casi desérticas. Se acerca un coche que se ofrece a llevarle. Roman recela pero entra. Cree que lo llevan a la estación, todavía no imagina que va a pasar a la historia. Probablemente nunca lo supo.
Roman Stahskov nunca fue muy consciente del alcance de la aventura que vivió: formar parte de la delegación rusa que firmó la paz de Brest-Litovsk con Alemania. ¿Qué hizo para acabar allí? Nada. Estar en el sitio indicado en el momento apropiado y con el aspecto correcto.
Primera Guerra Mundial y Revolución Rusa
Antes de seguir con el señor Stashkov, un poco de contexto. Rapidito, para no aburrir. La Primera Guerra Mundial empieza en 1914. Ya saben, días antes nadie se imaginaba lo que iba a ocurrir. Lo cuenta maravillosamente Bárbara Tuchman en “Los cañones de agosto”, el clásico más clásico sobre el tema.
Pero un nacionalista serbo-bosnio, Gavrilo Pirncip, la lía parda en Sarajevo el 28 de junio de 1914. Asesina al heredero de la corona del Imperio austrohúngaro, el archiduque Fancisco Fernando. El imperio responde atacando a Serbia, la política de alianzas se activa y la mayor parte de Europa va a la guerra.
A tomar por saco la Belle Époque -para quien lo fuera, nunca estamos todos invitados a la fiesta– y empieza el siglo XX. Ahora ya en serio.
La política de alianzas consúltenla en otro sitio (por ejemplo aquí) que yo tengo a Roman Stashkov esperando, es noviembre y hace frío. El caso es que Rusia estaba en guerra con Alemania. Pero era la Rusia zarista. En 1917 estalla la revolución y el zar es derrocado.
La nueva fuerza revolucionaria, los bolcheviques, tienen como punto central de su programa político acabar con una guerra que solo ofrece sufrimiento a las clases trabajadoras. Además, los bolcheviques necesitan finiquitar la guerra exterior para centrarse en consolidar una revolución todavía muy frágil y con múltiples enemigos.
Tratado de Best-Litovsk
A Alemania también le interesa cerrar su frente oriental, así que se ponen de acuerdo. Se firma un tratado de paz el 3 de marzo de 1918, en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk (hoy Brest, a secas) que en ese momento está en manos de los alemanes. Se presentarán allí, por una parte, la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (no será Unión Soviética hasta 1922) y por la otra el Reich alemán, Bulgaria y los imperios autrohúngaro y otomano.
La delegación soviética en Brest-Litovsk está encabezada por Trotski, comisario de Relaciones Exteriores del gobierno bolchevique. Aunque él decide quedarse en San Petersburgo y enviar a pesos pesados del nuevo staff bolchevique, colaboradores directos suyos.
Irán Lev Kámenev, Adolf Joffe, o Grigori Sokólnikov. Trostki también designó a Anastasia Bitsenko, una veterana revolucionaria que cumplía con la “cuota femenina” que se incluye como símbolo del papel que debía tomar la mujer en el nuevo estado.
La cuestión de las cuotas es la que nos lleva a nuestro querido Stashkov. Aparte de los negociadores “reales” Trotski quiere dar la imagen de un pueblo entero gobernando a la nueva Rusia. Así que decide que en la comitiva se incluya un representante de los obreros –Pavel Obukhov–, un soldado –Nicolas Bieliakov– y un marinero –Fiodor Olich.
Roman Stashkov, representante plenipotenciario
Pero cuando van camino de la Estación Varsovia de San Petersburgo caen en la cuenta de que les falta un representante campesino. Vale que el campesinado no era una fuerza revolucionaria como los obreros industriales, pero había que subsanar como fuera ese olvido.
Y se les aparece la virgen en forma de Roman Stashkov. Un anciano canoso de largos cabellos y barba, rostro bondadoso surcado por arrugas profundas y piel cuarteada por el sol. Iba protegido por un abrigo raído y caminaba firme sobre la nieve con una bolsa a cuestas. Era el campesino ruso perfecto.
–¿A dónde vas, tovarich (camarada)?
–A coger un tren para mi pueblo, barin (maestro), digo tovarich; respondió Stashkov rectificando el saludo a los nuevos tiempos.
–Entra, te llevamos.
Roman se extraña de la amabilidad, pero entra en el coche. Y se mosquea aún más cuando ve que no lo llevan en la dirección correcta.
–Por aquí no es. Vais hacia la Estación Varsovia, y mi tren sale de Nikolaevsky. Voy dirección Moscú.
Kamenev y Joffe contemporizan y le preguntan sobre política. Stashkov no es bolchevique sino social-revolucionario, como todos en su pueblo. “Bueno, es revolucionario y de izquierdas –piensa Kamenev– nos servirá”.
-Te vienes con nosotros, tovarich.
Roman se muestra reticente, pero le convencen ofreciéndole dinero. Montan en el tren, destino a Brest-Litovsk. Roman Stashkov será el «representante plenipotenciario del campesinado ruso«.
El viejo Roman causa sensación
Llega nuestro aldeano a la cumbre y, enfrente, tiene a estadistas de peso como el general Max Hoffmann, secretario alemán de Relaciones Exteriores, Richard von Kühlmann, ministro de Relaciones Exteriores austrohúngaro, el conde checo Ottokar Czernin, y el gran visir otomano, Mehmet Talat.
En realidad Roman no sabe muy bien ni quien es esa gente rica ni que pinta él allí. Primero se muestra tímido, pero poco a poco empieza a soltarse. Decide disfrutar la experiencia y con sus modales rudos y un talante festivo se convierte en la atracción de los banquetes.
Al principio los alemanes sospechan. Stashkov tiene que ser un maquiavélico truco de los rusos, un actor que está simulando para que se relajen y sacarles información. O simplemente para confundirles.
Y efectivamente, la autenticidad de Roman les confunde. Saluda con fuertes palmadas en el hombro al general Carl Maximilian Hoffmann, jefe del Estado Mayor alemán en el Frente Oriental. Imaginen la cara de Max, supongo que hacía años que nadie le hacía eso. Ni su padre.
El talante bonachón y alegre de Stashkov y sus modales rudos contrastan con las delegaciones enemigas. Sin idea de geopolítica, Roman decide dedicarse a los banquetes; vive su momento, que nunca se sabe.
Come con las manos a dos carrillos, se limpia en el mantel, usa un extraño artefacto, conocido entre los demás comensales como tenedor, para quitarse los restos de comida de entre los dientes…
Su anécdota más repetida es cuando en uno de los banquetes con los alemanes el camarero le pregunta si prefiere vino blanco o tinto. Ante la duda, se gira hacia su vecino de mesa, el príncipe Ernst von Hohenlohe –que tenía pinta de saber la respuesta– y le pregunta “¿Cuál es más fuerte?”. Stashkov ha ido allí a emborracharse, el resultado le da igual.
Fin de fiesta
La diversión, tanto para los perplejos alemanes como, sobre todo para nuestro amigo Roman, acabó pronto. Les suele pasar a los Roman de este mundo. De repente llegó Trostki a Brest-Litovsk y mandó parar los banquetes con el enemigo. El tratado lo firma Trotski el 3 de marzo de 1918 y es ratificado en Berlín el día 15 del mismo mes.
El futuro de la delegación rusa devino como un episodio especialmente sangriento de Juego de Tronos. La llegada de Stalin y sus purgas contra todo lo que oliera a trotskista arrasó con los delegados enviados a Brest-Litovsk. Adolf Joffe se suicida en 1927, justo después de ser expulsado del partido; supongo que se lo veía venir. Kamenev es ejecutado en 1936, Anastasia Bitsenko en 1938 y Sokólnikov un año más tarde. Trotski es asesinado en México en 1940.
De nuestro protagonista, Roman Stashkov, nunca mas se supo. Fueron años muy malos, Stalin no necesitaba muchos motivos para ejecutar o mandar a cualquiera a un gulag. Pero me gusta imaginar que Roman volvió a su pueblo y repitió mil veces su aventura en la taberna, sin que nadie le creyera ninguna de las veces.
No creo que le importara, porque la gracia era rememorar los manjares y los refinados licores. Y las caras atónitas de esos importantes señores, amigos ocasionales de aquellas vacaciones pagadas en Bielorrusia. Sobre el tratado de paz poco pudo contar, parece que Stashkov nunca llegó a entender muy bien de qué iba aquella fiesta.
Así que seguramente en su pueblo nunca supieron que el viejo Roman, que solo pasaba por allí, había dejado su nombre en la historia. Como una nota al margen, pero historia al fin y al cabo.
*I would like to thank my friend William Glaswell, who told me this amazing story. Sorry, it’s not in English, William.
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Tu mejor historia. Mezcla perfecta de educación, humor y ritmo. Bravo!
Muchas gracias company. Me alegraste la semana. De verdad 🙂
Totalmente de acuerdo! Buenísima!
Muchas gracias sestra 🙂
Un honor veros pasar por aquí. Encantado de que os haya gustado.
Un verdadero placer leer su blogs Miguel… Claro ejemplo de que la wep si sirve par cosas buenas. Saludos,Gracias por tanto
Muchísimas gracias Marcelo. Me alegro mucho de que te guste y te parezca interesante, es lo que pretendo.
Y sí, en internet hay muchas cosas útiles e interesantes. Aunque a veces quedan un poco escondidas por el ruido y la furia 🙂
Hermosa historia,me gusto que no fueras a fondo con el contexto,me rei muchisimo.Aveces uno cuando escribe no se da cuenta del alcance,ahora vamos a tomar unas cervezas con mi papa (reunion en familia) y esta historia va a ser contada,abrazo grande.
Muchas gracias Nahuel. En la mayoría de las historias lo difícil es descartar cosas, para no alargarse o confundir. Aquí lo importante era Roman, pero claro, un poco de contexto creo que siempre es necesario.
Me hace feliz que esta historia pase del blog a ser contada en una reunión familiar. Me encanta. un abrazo.
A mí me encanta leer historias y he quedado atrapado en tu blog, maravilloso
Muchas gracias Alexei, me alegro de que te guste. Comentarios como el tuyo animan a continuar.
hay una foto que no encuentro de la delegación rusa en la estación nevada cuando parten a brest. alli hay un gigantón. tenía otra version. pero esta es mas ajustada .
Hola, podría indicar la fuente de este bonito cuento?