La tecnología no es neutral. Parte I

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De MacLuhan y Potsman

Si esta página cae en ojos de un estudiante de Comunicación ya sabrá de qué va, y sino (los programas cambian, los profesores se descuidan) que vaya a buscar el libro de Postman. Los que no hayan caído en las garras de dicha carrera pero les interesa el tema, que hagan lo mismo. Al fin y al cabo desde hace años tengo la teoría de que en bachillerato debería haber dos asignaturas obligatorias: Nutrición y Medios de Comunicación. Lo que más hacemos es comer y consumir mass media (perdón por la expresión) sin tener ni puñetera idea de cómo se hacen ambas cosas.

El libro del que quiero hablar hoy es Divertirse hasta morir, el discurso público en la era del «show business», y fue escrito por un tal Neil Postman en 1985. Pero no se precipiten y lo den por obsoleto hasta que no lo hayan leído o acaben, tengo la esperanza, de leer esta especie de reseña.

 

El prefacio del libro no solo anuncia su tesis principal, además es brillante. A un tipo impresionable como yo le noqueó. Empieza diciendo que los estadounidenses reflexivos, tras aguantar la respiración,  se congratulaban de que hubiera pasado 1984 sin que en su país (ni en el resto de Occidente, añado yo) se hubiera cumplido la pesadilla autoritaria que profetizaba Orwell en su novela. Pero estaban tan pendientes de Orwell que no se habían dado cuenta que lo que sí se había cumplido era lo que temía Aldous Huxley en Un mundo feliz.

El estado tenebroso de Orwell en el que un Hermano Mayor (que no Gran Hermano), decida todo por nosotros y nos prohíba todo lo que le de la gana se ha revelado en nuestras democracias occidentales, y salvo intentos como la penúltima ley antitabaco, poco probable. No parece viable.

Pero en la visión de Huxley no hace falta ningún dictador que uniforme el discurso y nos diga constantemente qué debemos pensar y qué no. Pero mejor en palabras de Postman.

Lo que Orwell temía era que se prohibirían los libros. Lo que temía Huxley era que no habría razón para prohibir ningún libro porque no habría nadie que quisiera leer. Orwell temía a los que nos pudieran privar de información. Huxley temía a los que nos darían tanta que nos reducirían a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que se nos ocultara la verdad. Huxley temía que la verdad se ahogara en un mar de irrelevancia.(…) En 1984 las personas son controladas mediante el dolor. En Un mundo feliz, son controladas mediante el placer. Resumiendo, Orwell temía que nos destruyese lo que odiamos. Huxley temía que nos destruyese lo que amamos.

Joder con Huxley.

El libro (y este escrito) tratan de la posibilidad de que fuera Huxley,  y no Orwell, el que tuviera razón.

Internet va a cambiar la película, y tras los sucesos en el mundo árabe parece aún más claro que el mundo de Orwell (con permiso de Google) cada día es un poco más improbable. Pero ¿y el de Huxley?

Continuará, que tengo que irme a dormir.

Me gusta Ramoncín

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Se que decir esto en Internet es como entrar en el campo del Barça con un letrero de ‘Viva Mourinho’, pero ahí lo dejo.

La verdad es que el titular tiene un poco de trampa, como todos. No es que me guste el personaje en el que se ha convertido tras dejar la música por las tertulias y luego por la SGAE, una bajada en picado a los infiernos que él sabrá si le compensó.

Pero he de reconocer que lo escucho de vez en cuando, porque tengo una edad y en mi adolescencia era uno de los héroes del barrio. En mi barrio podías bajar por la calle de Los Chichos (qué grandes), girar por la esquina del Heavy Metal o sentarte en la plaza de los cantautores, en la que pasaba buenos ratos. O subir por la cuesta de lo que se llamaba rock urbano: Leño, Burning, Ramoncín y otros. Y me dió por ahí.

Ramoncín barriobajero, mucho antes de la SGAE
Qué jóvenes éramos. Yo mucho más, que conste.

Aquel chaval no era el tipo que es ahora, y me refiero a los dos.  Cuando me pongo las canciones, normalmente a escondidas, se produce la magia y los dos volvemos a aquellos maravillosos años.

Porque las canciones te acompañan toda la vida, e incluso evolucionan, pero siempre vienen marcadas por el lugar y el momento en el que nacen. En el estudio de grabación y en tu memoria, un lugar al que apetece volver de vez en cuando con un ipod y una cerveza.

Y vuelvo a aquellos vinilos, llenos de energía y con toda una vida por delante. Y mientras escucho veo las caras de mis amigos de entonces y de aquella chica que nunca volveré a ver, porque ya solo está cuando escucha conmigo Ángel de cuero, Hormigón mujeres y alcohol, Valle del Cas, Canciones desnudas, Forjas y aceros o Putney Bridge. ¡Cómo voy a desprenderme de ellas!

Así que mientras con Rosendo, el hermano bueno, legal, puedes salir a plena luz del día por las avenidas y sentarte en el parque, a Ramoncín lo veo en pequeños locales llenos de humo (en los bares de mi cabeza se fuma, pero no se lo digáis a la Pajín). Nos sentamos en un rincón y, como ahora mismo, recordamos, por ejemplo, aquel concierto en el que por primera vez toqué unas tetas por debajo de la ropa. La chica iba desabrochada y estaba tan borracha que se me cayó encima, yo solo quise evitar que se cayera y la agarré como pude. Puro romanticismo.

Llevo gafas de pasta, pero no me pidáis que renuncie a Ramoncín.

Prometo hacerlo a escondidas.

N.B. Ví el vídeo, y la ejecución que Ramoncín hace de la canción de Nirvana es algo cruel que nunca debía haber pasado. Una cosa no quita la otra.

La regla The Wire

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Aquí pienso ir soltando las filias y fobias de un mundo que me apasiona (a veces aprisiona y apisona) desde siempre: el cine y la televisión. Aunque son diferentes son lo mismo. No soy un nativo digital pero sí nací con los dos, son parte de mí.

Pero antes de continuar en esta sección os aconsejo aplicaros la regla the wire, no me gustaría haceros perder vuestro valioso tiempo.

Si no te gustó, no sigas leyendo, no parece que estemos en el mismo universo.
Si no la has visto, no sigas leyendo. Vete a verla. Se puede hasta comprar.
Si la has visto y te gustó, no sigas leyendo. Vete a verla de nuevo. Hazlo por mí, que todavía lo tengo pendiente.

the wire serie tv
Si quieres saber cómo funcionan las cosas mira esta serie, no pierdas el tiempo con los telediarios.

A quien pueda interesar

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Hoy es 20 de febrero, otra vez. Otro 20 de febrero, hace 19 años, fue sin duda uno de los mejores días de mi vida. Un día en que tomé la mejor decisión que pueda recordar, y la tomé como se toman las mejores decisiones en la vida: sin conciencia de que lo era, sin depender de mí y sin saber adónde me llevaría. En estos años ha habido momentos malos, y vendrán otros, pero cada día tengo un poco más claro que aquello fue mucho más que un golpe de suerte.

No voy a comparar lo de hoy con aquello, pero me gusta que sea otro 20 de febrero cuando empiece esta aventura que no se adónde me llevará. Tal vez acabe pronto en un callejón sin salida, tal vez dure mucho y me lleve por soleadas avenidas. No lo se y tampoco quisiera saberlo. Ya se verá, paso a paso. Se hace camino al andar, como dijo el poeta.

Todos los augurios son buenos. El parto, la tarde anterior, plácido y rodeado de amigos.

Es solo el primer paso, pero de momento la cosa va bien. No pido más.

¿Por qué insostenible?

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El nombre tiene, como todo en la vida, varios motivos.

El primero. No puedo estar cada día dedicándole el tiempo que merecería, me canso.

El segundo. La situación es insostenible pero nos  empeñamos en aguantar (yo el primero) y nos lo vamos repitiendo como una letanía (aquí igual soy el segundo).

El tercero. Me gusta la palabra, tanta sostenibilidad y tanta palabra hueca de políticos y asimilados para llenar la nada me pone de los nervios.

Son bienvenidos a este rincón todos aquellos (el masculino plural castellano es genérico, no excluye a nadie por su sexo ¿no es bonito, chicas?) que rechazan ese lenguaje políticamente correcto creado para disfrazar la realidad; y a los nuevos curas que desde distintos púlpitos (todos controlados por los partidos políticos, omnipresentes en este país) se empeñan en amargarme los telediarios. Van contra mí, porque, como cantaba el gran Serrat, entre esos tipos y yo hay algo personal. Y duele más porque hasta hace dos días, como el que dice, yo creía que eran los míos. Pero es que yo ya no se si soy de los nuestros.

Son bienvenidos también, por supuesto, esos nuevos curas. Este sitio es pequeño pero, si nos apretamos un poco, cabemos todos. Quien sabe, tal vez nos convenzan. Lo digo sin ironía.

Finalmente, todos aquellos admiradores del capitalismo especulativo, con pósters en el alma de Lehman Brothers, Goldman Sachs, la gente del FMI y compañía («gente que camina y va apestando la tierra«) no son bienvenidos aquí. Esos que se vayan a tomar por saco a otro lado. Son los mercaderes que Jesucristo, el de la otra mejilla, echó a golpes del templo.

Hasta él sabía que la tolerancia y el buen rollito tienen un límite.

Recortes de la historia, vistos desde el fondo a la izquierda.

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