Un amigo dice a menudo una frase muy aguda: “nos estamos volviendo tontos y nos gusta”. No solo clava la realidad en muchos aspectos sino también la tesis central del libro de Nicholas Carr, Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Tras unas cuantas semanas abandonada, vuelvo a mi sección peñazo, Medioteorías, que, aunque parezca mentira, también tiene sus admiradores, no se crean.
A nuestro cerebro Internet le parece una pastelería abierta las 24 horas y con todas las variedades de golosinas inimaginables y, aparentemente, gratuitas. La recompensa es prácticamente instantánea. ¿Quién, a estas alturas, está dispuesto a leer veinte páginas de buena literatura erótica para llegar poco a poco a la excitación si a golpe de un clic y en diez segundos ya tienes a la chica dispuesta a satisfacer cualquier fantasía que se te ocurra? Si hasta las pelis porno tradicionales tienen introducciones, con perdón, que se nos antojan largas. ¿O no las tienen ya? Agradeceré la información a cualquiera que quiera ilustrarme, hace tiempo que no piso un videoclub.
Y lo malo, o lo bueno, es que nuestro cerebro siempre está dispuesto y siempre pide más (ya no hablo de porno, vuelvan).
Hasta el siglo XX era creencia general que una vez desarrollado, la estructura del cerebro adulto no cambiaba. Al llegar a la madurez los circuitos estaban fijados y a partir de ahí íbamos perdiendo neuronas sin remisión. Al llegar la mayoría de edad ni se creaban neuronas nuevas ni se establecían nuevos circuitos. Aunque todos conozcamos a alguien que encaja perfectamente en esta teoría, la verdad es que desde los años 50 del siglo XX una serie de científicos probaron que eso no era cierto, que el cerebro era adaptable durante toda su vida a nuevas experiencias y situaciones, que estaba dotado de plasticidad. Una plasticidad que disminuye a medida que envejecemos, cierto, pero que nunca muere.
Las neuronas nunca dejan de romper viejas conexiones y establecer nuevas, nunca dejan de crearse nuevas células nerviosas, sea cual sea nuestra edad. Este aprendizaje viene tanto desde dentro como desde fuera. O explicado en palabras de Carr “la plasticidad de nuestras sinapsis armoniza dos filosofías de la mente que hace siglos que estaban en conflicto: el empirismo y el racionalismo”. Los empiristas pensaban que nacemos con la mente en blanco, una pizarra que vamos llenando con nuestras experiencias, con la cultura en la que vivimos. Según los racionalistas todos nacemos con una “plantilla mental” incorporada, y percibimos e interpretamos el mundo a través de ella. Predomina, por tanto, la naturaleza sobre la cultura. Los experimentos de los años 60 de los que habla Carr combinan ambas teorías ya que nuestros genes condicionan determinadas conexiones entre neuronas, la “plantilla incorporada” que mencionaba antes, pero nuestras experiencias pueden variar la intensidad de determinadas conexiones y activar otras.
O sea, que nuestro cerebro no es una estructura rígida, cambia con la experiencia, las circunstancias y la necesidad. Carr menciona ejemplos de esa adaptación en algunas minusvalías sobrevenidas, cuando al perder un determinado sentido el cerebro reactiva con mucha más fuerza otros, que se ven potenciados de manera que antes pudiera parecer imposible.
Esto es una ventaja indudable, pero, como dice Carr
No todo son buenas noticias (…) los circuitos del cerebro se fortalecen mediante la repetición de una actividad física o mental, que comienza a transformar dicha actividad en un hábito. (…) Una vez que hemos cableado un nuevo circuito en nuestros cerebro, anhelamos mantenerlo activo. Ésta es la forma en que el cerebro afina sus operaciones. Las actividades rutinarias se llevan a cabo de manera cada vez más rápida y eficiente, mientras que los circuitos no utilizados se van agostando.
Plástico no significa elástico
La desventaja de esa adaptabilidad es que nuestro cerebro es plástico, no elástico. Las conexiones neuronales potenciadas por el uso no vuelven a su estado anterior nada más desconectarlas, persisten. “Los malos hábitos pueden arraigar en nuestras neuronas con tanta facilidad como los buenos”. Esto hace que a veces se relacione la neuroplasticidad con determinadas afecciones mentales o adicciones.
Así que al igual que el ‘entrenamiento‘ hace que determinadas conexiones cerebrales se potencien, la desidia hace que otras se debiliten. Nuestro cerebro, además, actuaría siguiendo un principio de comodidad o efectividad, como quieran llamarlo: la inercia hará que busquemos los más fáciles, los que nos dan satisfacción inmediata. Aunque podemos recuperar los “caminos cerebrales” debilitados, eso supondrá un esfuerzo mayor. Como aguantar el rollo que les acabo de soltar.
En el próximo capítulo seguiremos repasando el libro de Carr y repasaremos cuáles han sido las herramientas que ha usado nuestro cerebro para comprender el mundo y como tales herramientas le han influenciado completamente. O sea, puro McLuhan.
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Buenísimo! Ya estoy esperando el próximo capítulo. Voy al mecanico a que me conecte las neuronas, que es domingo y además temo que se me han liado unos cuantos enlaces!
Muchas gracias Pep. Sobre todo en estos temas se agradece que haya alguien al otro lado leyendo. Para mí también suponen un ejercicio neuronal, lo que no se si con resultados satisfactorios.
A mi me satisfacen…pero sin mariconadas, eh?