Por una cuestión biológica, la memoria viva del Holocausto se apaga. Pero nos quedan muchos testimonios en primera persona a través de entrevistas o libros.
Benjamin Wilkomirski tiene recuerdos imprecisos de su primera experiencia del Holocausto, en Letonia, ya que era muy joven cuando ocurrió: un hombre aplastado contra la pared de su casa por uniformados. Era su padre. Él huye y se esconde, junto a su hermano, en una casa de campo en Polonia, pero es descubierto y deportado a Auschwitz y Majdanek, donde sufre terribles experiencias que cuenta en Fragmentos: Memorias de una niñez del tiempo de la guerra.
Las de Misha Defonseca son aún más dramáticas. En 1997 escribe Misha: una memoria de los años del Holocausto, en el que cuenta su historia. Con 8 años sus padres son deportados y ella entregada a una familia católica que la maltrata. Huye y recorre toda Europa, desde su Bélgica natal hasta Ucrania, viviendo como una niña salvaje, ayudada por los lobos.
Heman Rosemblat fue deportado a los 12 años al campo de Treblinka. Mintió en la edad y pudo salvar la vida, trabajando en los crematorios. A finales de la guerra fue trasladado a Schlieben, un subcampo de Buchenwald.
Allí conoció, aunque sin saber su identidad, a una niña que vivía en Schleiben, que le tiraba manzanas y pan por encima de la valla electrificada. Años después, de adulto en Nueva York, conoce a una mujer en una cita a ciegas y resulta ser aquella niña. Se enamoran y se casan. Su historia la explica bajo el título “Ángel en la valla”.
Deli Strummer es otra superviviente de los campos de exterminio nazis. Siendo una niña, durante más de cuatro años estuvo en cinco campos diferentes: Bergen-Belsen y Auschwitz, entre otros. La diferencia entre Strummer y el resto es que nunca publicó un libro de memorias.
Pero hay algo que les une: todos mienten.
Impostores del Holocausto
Estos quizás son los casos más conocidos, pero habría otros. Este post nace de la lectura del libro de Javier Cercas, El impostor, sobre uno de ellos, el español Enric Marco.
Cercas menciona a todos en su libro y yo he sentido curiosidad por ahondar en sus historias. También nombra a Martin Zaidenstadt, un empresario residente en Dachau, que tras jubilarse acudía cada día al campo a pedir dinero a cambio de explicar sus experiencias en el campo, incluyendo los asesinatos en la cámara de gas. Pero los historiadores nos dicen que ni él estuvo en Dachau ni las cámaras de gas llegaron a funcionar allí.
Al ponerme a curiosear fuentes no ha sido sencillo encontrar información en español sobre estos personajes, lo que nos llevaría a otro debate que no pretendo abordar ahora. Aunque con elementos comunes, cada historia tiene ángulos diferentes, algo nada sorprendente teniendo en cuenta el tema tan delicado del que estamos tratando.
Por un lado hay fabuladores natos que parecen (tal vez no solo) movidos por la fama y el dinero. Estos mienten directamente sobre su identidad y sus orígenes.
Misha, un personaje inventado
Misha de Fonseca ni siquiera existe. La niña judía que caminó más de 3000 kilómetros por una Europa en guerra en busca de sus padres deportados era una católica belga llamada Monique De Wael.
Sus padres sí fueron asesinados por los nazis por pertenecer a la resistencia belga, pero ella pasó el resto de la guerra cuidada por sus tíos, viviendo en la misma casa y yendo al mismo colegio. Misha nació en los años 80, cuando Monique se mudó a los Estados Unidos e inventó su personalidad de judía perseguida.
Como Enric Marco, Benjamín Wilkomirski solo pisó los campos de concentración como turista años después, vivió toda la guerra en Suiza sin ningún problema. Ni nació en Letonia ni era judío, sino un niño suizo de madre soltera, adoptado por una familia acomodada de Zurich, los Dössekker, que vio la guerra pasar sin un rasguño.
Su nombre real era Bruno Grosjean. Esos Fragmentos inconexos que se convirtieron en un gran éxito de ventas y fueron aclamados por la crítica como una obra maestra sobre el Holocausto sólo eran producto de su imaginación o de la lectura de otras fuentes.
La fragilidad del recuerdo
Por otro lado están los que embellecen el recuerdo, cambiando o exagerando algunos detalles de una verdadera experiencia como judíos perseguidos por el nazismo.
Herman Rosemblat estaba a punto de publicar su libro y ya había logrado conmover a Oprah Winfrey con la historia de aquella niña que le lanzaba manzanas por encima de la valla y con la que el azar le reuniría años después. Hasta que algunos historiadores empezaron a ver incoherencias en el relato y el propio Rosemblat tuvo que reconocer la invención de aquella niña.
Tampoco se sostenía otra de sus vivencias: el episodio de su liberación de Theresienstadt sólo un par de horas antes de que estuviera programado su asesinato en la cámara de gas. El libro de memorias fue cancelado por la editorial. También se descubrió que la historia de Herman había aparecido justo después de que un robo a mano armada arruinara su negocio y dejara a su hijo en una silla de ruedas.
Deli Strummer nunca estuvo en Bergen Belsen, tal como ella afirmaba en las múltiples charlas que conmovían a los niños de las escuelas que visitaba. Y su presunta estancia de nueve meses en Auschwitz, los registros la convierten en una semana. Nunca se salvó de la muerte en la cámara de gas porque los guardias confundieron gas con agua, como ella contaba. Y su marido muerto por los nazis se había vuelto a casar, tras el divorcio con Deli, y vivía en Vancouver.
Memoria e Historia
La diferencia entre estos últimos mentirosos y los anteriores es que en sus historias hay un fondo de verdad, solo que embellecida con falsedades.
Herman Rosemblat y Deli Strummer son auténticos supervivientes del Holocausto, víctimas reales de los campos nazis. Rosemblat efectivamente estuvo en Schlieben, como Strummer en Theresienstadt. Una sola semana, un solo día en Auschwitz debe ser una experiencia aterradora para toda una vida.
Tras los respectivos escándalos se defendieron alegando la fragilidad de la memoria tras tantos años y el bien que su testimonio hacía en favor del recuerdo de las víctimas y la concienciación de las nuevas generaciones sobre el peligro del nazismo. Sus habilidades comunicativas superaban en impacto, con mucho, a todos los tratados de historia. En eso tienen razón, siempre que se pongan los fines por encima de los medios, siempre que el rigor de la verdad sea secundario sobre el efecto que se quiere lograr.
Un recuerdo inexacto o una pequeña exageración pueden ser comprensibles tras una experiencia tan traumática ocurrida tantos años antes, con algunos de los supervivientes siendo apenas unos niños. Pero fabulaciones como la historia de las manzanas de Rosemblat o la increíble peripecia de Defonseca ayudada por lobos tuvieron mucho más recorrido del que debían. Oprah, a la que seguro le han intentado colar mentiras enormes, llegó a decir en su programa que la de Herman era “la historia de amor más bonita que nunca hemos contado a la audiencia”.
Fallaron los filtros
Esas historias pasaron los filtros porque estos eran casi inexistentes.
Por un lado tenemos un panorama informativo que a cada paso que se adentra en el espectáculo se aleja del rigor. Parece que no es suficiente con contar lo que realmente pasa (o pasó en Auschwitz, Buchenwald, etc); hay que darle dos vueltas más para que lo ‘compre’ un público narcotizado que ha llegado a un alto grado de tolerancia ante la desgracia y necesita dosis más fuertes y adulteradas.
Por otro tenemos lo que se ha llamado, por Finkelstein y otros, La industria del Holocausto, en la que se utiliza la Shoah con fines políticos, dando una imagen determinada, banal y lista para el consumo masivo que obvia determinados asuntos incómodos.
Uno de los puntos más polémicos sería que esta supuesta industria se centra en la memoria del Holocausto más que en datos contrastados por profesionales. La memoria de las víctimas se convierte en la verdad absoluta e incuestionable. Es comprensible, ¿quién se atreve a contradecir a un testigo, a dudar de una superviviente de Ravensbrück? Ante eso el historiador siempre está en inferioridad de condiciones. Él no estuvo allí, no puede saber lo que fue aquello. Es un argumento muy poderoso.
Las víctimas merecen la verdad
Pero eso hace que a veces el historiador se pueda ver sometido a cierto chantaje emocional. Nadie quiere ser el de las malas noticias, “el que meta el dedo en el ojo”, como el historiador Benito Bermejo, uno de los héroes del libro de Cercas.
La historia de Defonseca, que con ocho años entraba y salía del guetto de Varsovia y mató a un solado nazi que quería violarla era, cuanto menos, sospechosa. Los historiadores saben que era imposible que alguien se acercara lo suficiente a la valla de un campo como para colar unas manzanas y que las cámaras de gas no tenían conexión con la red de aguas, como contaba Strummer. Pero ¿quién denuncia? En el mejor de los casos puede ser visto como una falta de empatía respecto a las víctimas, en el peor eres considerado antisemita o pro nazi.
Incluso yo, que no soy nadie, me he pensado tres veces escribir este post. Aunque la verdad es que la última acusación no me preocupa. Culpar a estas falsas víctimas de favorecer a quienes niegan el Holocausto puede tener base, pero en realidad no creo que ese sea su mayor pecado.
Los negacionistas ya se fabrican ellos solos sus argumentos retorciendo hasta el infinito algunos hechos. Acabo de pasar por una de sus webs y su conclusión sobre la Kristallnacht es que las víctimas fueron los alemanes y los instigadores, no se lo van a creer, los judíos. Hay gente con la que no hay nada que hacer.
Creo que su mayor pecado es empañar la verdad, faltando al respeto a las verdaderas víctimas. Las víctimas –judíos, gitanos, comunistas, homosexuales; millones aunque no se sepa su número exacto– merecen la verdad, más allá de la memoria.
Estoy de acuerdo con Cercas en que la memoria personal es muy valiosa para poder entender algo que parece inaprensible. Le da una dimensión emocional de la que no podemos prescindir. Pero, como él, creo que tiene que ser completada por el rigor del historiador que no se deje seducir por ella ni por modas o intereses políticos coyunturales.
Creo que es lo mínimo que se merecen las víctimas, respeto. Y siento si le he metido el dedo en el ojo a alguien.
PD. Si después de leer esto alguien cae en al tentación de dudar puede leer muchas cosas, por ejemplo esto.
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