Otto y Elise Hampel se tenían el uno al otro y poco más. Estaban siempre alerta, completamente solos en una gran ciudad. Cada día se cruzaban con cientos de personas, todas potencialmente hostiles. El nazismo había convertido su barrio de Berlín en terreno enemigo y ellos vivían disimulando, un día tras otro.
Tal vez les pesaba su soledad y por eso escribían mensajes anónimos, con la ingenua esperanza de levantar la venda que impedía a sus vecinos ver que el rey estaba desnudo. Y así no estar tan solos. Sus motivos profundos probablemente no los sabremos nunca. Sus únicos testimonios fueron fruto de los hábiles interrogatorios de la Gestapo, con lo que no son muy fiables.
El crimen de Otto y Elise Hampel fue de “alta traición“ por “socavar la moral militar”, en sentencia del 22 de enero de 1943. Desde septiembre de 1940 hasta el otoño de 1942, este matrimonio humilde con estudios básicos se opuso activamente, en solitario, al régimen nazi.
En el corazón de la bestia. Durante dos años, nada menos.
Fue una resistencia tan solitaria que solo se conoció tras la guerra. En otoño de 1945 la historia llegó a oídos del escritor Hans Fallada, que también tuvo acceso a los archivos de la policía. A partir de ese material escribió, compulsivamente, una novela de ficción llamada Jeder stirbt für sich allein (algo como Todo hombre muere solo) que en español se ha titulado Solo en Berlín. En poco más de un mes estuvo acabada. Fallada murió días después.
Los Hampel
El libro de Fallada es una novela pero en los archivos de la Gestapo se puede escudriñar la verdadera historia de Otto y Elise Hampel.
Otto Hampel era un obrero con estudios primarios que había pasado por el ejército y, tras la guerra, militó en algunas organizaciones nazis, que luego abandonó. Espiar a los compañeros y cuidar de la moral nacionalsocialista no era lo suyo.
Los informes de Elise la describen como una mujer humilde en una familia numerosa, una madre para sus hermanos más pequeños; una personalidad con vocación de servicio y ayuda al prójimo. En 1936 se adhiere, era obligatorio, a la Organización Femenina Nacionalsocialista (NS Frauenschaft), una manera de ayudar a la comunidad, ya que se ocupaba de cuidar a enfermos y ancianos.
Se conocieron por un anuncio en el periódico y un año después se casaron. No tuvieron hijos.
En los interrogatorios ambos coinciden en que el detonante de su protesta es la muerte de Kurt –batalla de Amiens, 1940– el hermano menor de Elise, al que había criado como a un hijo. Fue un golpe durísimo para ella y Otto estuvo ahí para ayudarla.
La desgracia unió al que algunos testigos habían descrito como un matrimonio sin amor. Los Hampel recorrieron juntos el camino desde la tibieza al rechazo absoluto a un régimen criminal y decidieron soltar su rabia a la vez que intentaban despertar a sus conciudadanos.
Prensa Libre
El acto de resistencia del matrimonio Hampel consistió en comprar un montón de postales en blanco y rellenarlas con mensajes en contra del nazismo y su “sistema criminal”. Intentaban desmontar su propaganda, llamando a no servir en el ejército y, en fin, a rebelarse contra Hitler.
Todas las postales están escritas a mano por Otto, repletas de faltas de ortografía y errores gramaticales y encabezadas con la leyenda “Prensa Libre”.
Los mensajes revelan convicciones anticapitalistas, culpando a los grandes empresarios alemanes de ser los creadores y el sustento del nazismo. También denuncian el saqueo que el ejército alemán lleva a cabo por toda Europa, alimentando con eso las tiendas berlinesas.
Con todas sus faltas de ortografía, Otto Hampel parece ver la situación real con mucha lucidez. Si alguien como Otto fue capaz de hacer ese diagnóstico, la excusa de la ignorancia del pueblo alemán se tambalea un poco, ¿no creen?
Sin embargo, entre las 40 cartas que se conservaron en los archivos de la Gestapo no hay ni una sola mención a la persecución contra los judíos.
232 postales
Según los informes, repartieron 232 postales en diferentes puntos de Berlín: buzones, portales, consultas médicas, pequeñas oficinas. También distribuyeron algunas cartas a doble cara, de letra apretada y cuidadosamente dobladas. La idea era que las personas que las encontraran las hicieran circular, al modo de un viral preinternet. Poco a poco se incrementaría la oposición ante un régimen que parecía omnipotente.
Y lo parecía porque en aquel momento lo era. Algunas cartas no fueron encontradas nunca, otras inmediatamente destruidas y el resto fue a parar a la Gestapo. A muchos berlineses les quemaron las manos y les faltó tiempo para denunciarlas ante la policía política. La Gestapo solo contaba con 15.000 agentes pero con millones de informantes: la mezcla de fanatismo y miedo lograba que al final la Gestapo fueran casi todos.
Dos años de persecución
La primera tarjeta se encontró el 2 de septiembre de 1940.
El 20 de noviembre encuentran una segunda tarjeta, llamando a la deserción de los soldados. Todo ocurre en secreto, pero para la policía política nazi aquel desafío era intolerable y dedican un departamento exclusivo, al mando del inspector Pueschel, a atrapar al culpable. Algo complicado con tan pocas pistas en una ciudad de más de dos millones de habitantes.
Durante aquel tiempo, la guerra pasó de los lejanos campos victoriosos a la propia casa, con bombardeos, refugios en sótanos bajo la mirada de un vigilante de la moral nazi, escasez de alimentos y colectas para ayudar a unos soldados del frente a los que cada día les iba peor. Colectas que Elsa y Otto intentaban esquivar cuando podían; otras veces donaban lo justo para no levantar sospechas.
No podemos imaginar el ambiente de miedo y paranoia que, entre los bombardeos aliados y la vigilancia nazi, vivían los berlineses. Imaginen a Otto y Elsa: un paso en falso significaba la muerte.
Primera pista
En 1941, una carta depositada en un gabinete medico tendrá consecuencias. La ayudante del doctor sospecha de un paciente y lo denuncia. Casi un año después de la primera carta, por fin el inspector Pueschel obtiene una primera pista.
La maquinaria represiva se pone en marcha: siguen al sospechoso e investigan entre vecinos y conocidos. Existen archivos detallados de esos seguimientos. Pero no es Otto Hampel, se llama Heinz Klaus y es un soldado desmovilizado. Simplemente se dedica a pasar el día en los bares y las carreras de caballos gracias a un falso certificado médico de incapacidad. Se conservan 40 páginas de informe para un simple sospechoso sin nada detrás, pero ni una línea de lo que le ocurrió tras su detención.
Otto continúa con su lucha, con su oposición de hormiguita. Sigue sin conseguir despertar a sus vecinos, pero la Gestapo está cada vez más nerviosa. Además, la guerra va mal, sobre todo tras la batalla de Stalingrado, en el invierno de 1941/42. Las alarmas aéreas en Berlín se hacen casi permanentes, la comida empieza a escasear, las quejas de la población aumentan. La cabeza del comisario Pueschel peligra.
En mayo de 1942 la caza lleva ya 20 meses y el servicio de seguridad de las SS toma cartas en el asunto. Pueschel empieza a registrar las horas en las que se encuentran las tarjetas y a elaborar un mapa de los encuentros.
Analizando la escritura y el contenido de las tarjetas deduce que es alguien con una baja instrucción. También detecta expresiones muy características de los berlineses. En algunas postales incita a sabotear la producción de las fábricas, lo que les lleva a otro sospechoso, despedido por ese motivo. Pero tampoco es Otto.
Un empleado de Siemens
El 15 julio de 1942 Pueschel consigue una nueva pista. En una fábrica de cables de Siemens un ingeniero recoge una tarjeta que se le ha caído a uno de los ajustadores y da parte a la Gestapo.
Empiezan a investigarle y comprueban que ese empleado vive en el sector donde más tarjetas se han distribuido. Su nombre: Otto Hampel. Las investigaciones también revelan que tanto Otto como su mujer, Elise, no se muestran muy partidarios del régimen.
El 27 de septiembre una mujer se encuentra otra tarjeta en su escalera. De camino a la Gestapo se cruza con una pareja, que luego reconocerá como Otto y Elise Hempel. Casi un mes más tarde, el 20 de octubre, ambos son detenidos.
Tras los hábiles interrogatorios de rigor, el 22 de octubre de 1942 ambos firman sus testimonios. Otto asume toda la responsabilidad de la escritura y distribución de las tarjetas; aparte de su mujer nadie más sabía nada. Elise, durante el interrogatorio también lo asume, declarando que ella es tan culpable como él, “era nuestra obra común”. Ambos pasan a prisión preventiva.
Detención y ruptura
Con un Berlín medio en ruinas, el 22 de enero de 1943, se celebra el juicio por “preparativos de alta traición”. La sentencia es condena a muerte para ambos. Nunca volverán a verse. Enfrentados a una muerte con fecha, la unión de la pareja se tambalea.
En la novela de Fallada no ocurre, pero en los archivos de la Gestapo se acusan mutuamente y achacan al otro la responsabilidad de los hechos. Ambos se arrepienten de sus acciones e imploran el indulto. Elise ni siquiera le llama por su nombre, se refiere a Otto como ‘el viejo‘ o ‘el tipo ese’. No sabemos si esas últimas declaraciones de los Hampel fueron obra de la manipulación de la Gestapo o un rasgo de flaqueza, un último intento desesperado de salvar sus vidas.
El 8 de abril de 1943 las sentencias son ejecutadas en la cárcel berlinesa de Plötzensee, guillotinados con 20 minutos de diferencia. Las autoridades niegan los cuerpos a las familias y se ordena entregarlos al instituto anatómico de Berlín. Los Hampel desaparecen como vivieron, olvidados por todos. Nadie les escuchó, su resistencia cayó en el vacío.
Sí sabían qué pasaba
No había prensa libre, estaba prohibido el acceso a las radios extranjeras y la propaganda nazi ocupaba cada rincón del cuerpo y la mente de Alemania. Pero Otto es la prueba de que a pesar de las dificultades es posible mirar a la realidad a los ojos y reconocerla. Ese ya es un primer paso tremendamente valiente.
El segundo es enorme: pasar a la acción, arriesgando tu vida en ello. Otto y Elise no consiguieron nada, nadie se enteró y desaparecieron en el anonimato. Pero eso no le resta una gota de valor a su hazaña ni que hoy día sean considerados héroes. Como Sophie Scholl o los periodistas del Münchener Post, los Hampel no han tenido el reconocimiento que merecen. Porque son incómodos, rebaten la excusa de la ignorancia.
Ellos eran conscientes de todo lo que pasaba, pero fueron los únicos que dijeron que el emperador iba desnudo. Dos cuerdos rodeados de millones de locos que miraban para otro lado. Estaban rodeados de millones de personas, pero completamente solos.
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Muy interesante
Muchas gracias Almantina, por pasarte por aquí y leer la entrada.
Sí, es muy interesante la historia. Sobre todo respecto a qué sabía la gente sobre lo que pasaba y adónde prefería mirar.