El doctor Cameron nació en 1901 en Escocia y fue un célebre psiquiatra. Tras unos pocos años ejerciendo en Glasgow, cruzó el océano. Trabajó en hospitales y centros de investigación de Canadá y Estados Unidos, país donde consiguió la nacionalidad.
Formó parte del tribunal médico de Nuremberg y, años más tarde, se convirtió en Presidente de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) y el primer presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría. Una eminencia, en la cima de su profesión.
Y un torturador.
Lo de las torturas quedaba diluido, como en otras ocasiones, en lo que Donald Ewan Cameron prefería llamar experimentos. Cierto es que la ciencia ha ido avanzando en cuanto a los requerimientos éticos, y que en el pasado se hicieron, con total naturalidad, ensayos que hoy nos ponen los pelos de punta.
Pero el doctor Cameron los llevó a la práctica poco después de Mengele y Nuremberg. Lo sangrante es que él formó parte del tribunal que condenó dichas prácticas y que dio pie a un código de ética médica que el sabio doctor se pasó por el forro. Empezando ya por el punto uno, el consentimiento voluntario.
No es que fuera el único, pero sabía bien lo que estaba haciendo. La prueba es que eran experimentos secretos, dentro del infame proyecto MK Ultra.
El primero paso hacia el MK Ultra se llamó proyecto Bluebird. Entre 1951 y 1953 la CIA estudia la manera de controlar las mentes e inculcar en ellas nuevas ideas. Para ello se valen de psiquiatras que experimentan con la amnesia, la formación de nuevas identidades o la creación de falsos recuerdos.
MK Ultra, control mental de la CIA
Durante años el proyecto MK Ultra se ha beneficiado del aire conspiranoico que lo envuelve. De que parece mentira. Incluso cuando una comisión del congreso estadounidense consiguió pruebas de sus existencia, hablar del tema era incómodo; jugabas en la misma liga que Íker Jiménez, las abducciones extraterrestres, el Yeti o los hombres de negro.
Pero las pruebas están ahí, aunque sea solo una mínima parte de lo que se supone que tramaba la CIA para controlar las mentes. El tema da para varios post. Haré un resumen sucinto, solo para describir el escenario en el que actuaba el doctor Cameron.
Por lo que se sabe, el proyecto se inicia en abril de 1953, por orden del director de la CIA, Allen Dulles, y bajo la dirección de Sydney Gottlieb. Dulles y Gottlieb, esos humanistas, también dan para varios posts, o unas cuantas películas de Marvel. Como supervillanos, claro.
En un momento álgido de la Guerra Fría, el MK Ultra trataba de encontrar métodos creativos para obligar a presuntos enemigos capturados a decir la verdad. Para ello se intentaría controlar sus mentes. Recurrirán a drogas –barra libre de LSD; a un preso se le suministró durante 80 días seguidos–, aislamiento y privación sensorial, hipnosis y demás. Lo que podríamos resumir en lo que en mi barrio se diría «freírte la puta cabeza».
Parece que las primeras pruebas se hacen con voluntarios, pero pronto ven que, para controlar la mente del individuo, es mejor que la cobaya en cuestión no lo sepa. Así se recurrirá, como siempre en estos casos, a víctimas indefensas: soldados, drogadictos, prostitutas, presos y enfermos mentales.
El doctor Cameron se une a la fiesta
Ewan Cameron y MK Ultra estaban predestinados a encontrarse. La CIA quería controlar las mentes y tenía dinero para dar y regalar; hospitales y centros de investigación no desdeñaron coger parte de ese pastel. Entre ellos, The Allan Memorial Institute, perteneciente a la McGill University, en Montreal. Allí ejercía el doctor Cameron en 1957, cuando empieza la colaboración, que finalizará en 1963.
La ventaja es doble. Por una parte es Canadá y, como todo el mundo sabe, en Canadá nunca se hacen cosas malas. Además, como era ilegal que la CIA actuara en suelo estadounidense, decidieron torturar a la gente pasada la frontera; el respeto a la ley lo es todo para la CIA. La otra ventaja es que el doctor Cameron ya trabajaba en algo muy parecido al objetivo de la agencia. El psiquiatra investigaba sobre cómo curar enfermedades mentales mediante la ‘despersonalización’.
Sí, es tan malo como suena. La idea era algo así como ‘vaciar’ al individuo, dejar su mente en blanco para llenarla luego con las ideas correctas. Un caramelo para defensores de la democracia como Gottlieb y Dulles. El “Método Cameron para crear una nueva persona” consistía en tres etapas.
1: Despersonalización. Mediante electroshocks y LSD durante días, se convierte al paciente en una especie de recipiente vacío a estrenar, sin memoria ni voluntad. 2: Reprogramación. Se mantiene encerrado al paciente, totalmente desorientado, y durante días se le emiten mensajes grabados en bucle. 3: Asentamiento. Durante dos o tres semanas se induce en el paciente, mediante drogas, una especie de coma. El propósito es que no recuerde nada de las pruebas anteriores.
El objetivo final es una persona nueva con mente nueva; al gusto de la CIA, que es quien paga la fiesta. Aunque hay que decir que el gobierno canadiense también pagó a Cameron, como mínimo desde 1960 -cuando se cortó la financiación estadounidense– hasta 1963.
Linda McDonald
Las víctimas del doctor Cameron llegan al Allan Memorial Institute pensando que es la mejor institución del país. Y pagando una pasta por su tratamiento, que no son comunistas. Ni siquiera les torturaron gratis.
En su mayoría tenían cuadros psiquiátricos que hoy podríamos considerar leves o normales. Como es el caso, quizás el más famoso, de Linda McDonald. Estamos en 1963. Linda tiene 25 años y los síntomas de lo que parece una depresión postparto. Cameron le diagnostica esquizofrenia aguda y le aconseja a su marido que Linda se someta a un tratamiento de tres semanas -del que no da ningún detalle– o corre el riesgo de quedar ingresada de por vida.
A partir de aquí el caso de Linda McDonald se reconstruye mediante informes y otros testimonios, ya que ella no recuerda prácticamente nada.
El primer paso, la despersonalización, dura 5 semanas. Se le suministran grandes dosis de LSD y otros alucinógenos y se le somete a 109 electroshocks, cada uno de ellos con una potencia de seis veces la habitual. Tras ello, los mensajes bajo su almohada durante semanas –segunda etapa– y un coma inducido por drogas –tercera etapa– de 86 días.
Cuando sale del hospital, 5 meses después, no recuerda nada de su vida. Se describe a sí misma como un vegetal: “Nunca había estado en este mundo, era un bebé, no sabía quien era, sufría incontinencia, no sabía nada”. No podía reconocer a su marido, no sabía que estaba casada, no podía decir su nombre, no sabía qué año era ni dónde estaba. Tras el alta no hay seguimiento por parte de Cameron. Es como una niña pequeña y tiene que apañárselas sola con ayuda de su familia.
Otros psiquiatras rehusan coger su caso, tal vez sospechaban que había algo oscuro tras el eminente colega. Médicos y enfermeras de The Allan, escuchaban los gritos y les llegaban rumores sobre las torturas, pero no quisieron meterse en líos.
Velma Orlikow y Louis Weinstein
Otro caso, parecido al de Linda, lo cuenta The Guardian en un reportaje, es el de Velma Orlikow. Velma cayó en las garras del doctor Cameron en 1956, también con una supuesta depresión postparto.
Aparte de los electroshocks, a Velma le inyectaron LSD en 14 ocasiones. Eso le hacía sentir “como si sus huesos se derritieran”, y por eso Velma se resistía. Pero entonces médicos y enfermeras le acusaban de ser mala madre por no querer curarse, debía pensar en su familia.
A Orlikow, como al resto, las torturas del doctor Cameron le dejaron una huella de por vida. «Los nervios y la ira estaban siempre a flor de piel. No le hacía daño a nadie, sólo gritaba y tardaba horas en calmarse”, cuenta su nieta. También explica como su abuela luchaba por tener una vida normal, aunque podía llevarle tres semanas leer un periódico o meses escribir una carta.
En The Washington Post se describe la experiencia de otra víctima de The Allan y la CIA, Louis Weinstein. Lo cuenta su hijo Harvey, que resulta que es psiquiatra y siente “vergüenza” de su profesión cuando recuerda lo que el doctor Cameron le hizo a su padre.
Recuerda, por ejemplo, que tras semanas de tratamiento, el próspero empresario Louis Weinstein regresó a casa como “un pobre hombre patético sin memoria, sin vida. Perdió su negocio, lo perdió todo (…) Su memoria había desaparecido. Por la noche, una vez, cuando estaba en la cama, lo vi entrar en mi habitación y orinar en el suelo. No sabía dónde estaba”.
Tortura
Louis Weisntein fue uno más de los pacientes obligados a soportar la “conducción psíquica”: escuchar, a intervalos de 16 horas consecutivas, mensajes en bucle. Primero mensajes negativos, luego positivos, repetidos miles de veces.
Primero en altavoces en la habitación, o debajo de la almohada. Luego Cameron colocó altavoces en cascos de fútbol americano que les ató a la cabeza. Eso provocaba que algunos pacientes, desesperados, se dieran cabezazos contra las paredes, para acabar con su sufrimiento.
La solución fue sedarlos hasta que llegaran a una especie de coma, mientras las cintas seguían llenando la sala de mensajes repetitivos. Familiares de algunos de los pacientes describían como, de vuelta a casa tras el tratamiento, éstos soltaban frases sin sentido y sin venir a cuento, presuntamente aprendidas de esas cintas.
La punta del iceberg
El doctor Cameron realiza estos experimentos hasta 1964 cuando, sin dar ninguna explicación, se retira de los mismos. Se marcha de Montreal en silencio y por la puerta de atrás y se traslada a Albany, donde ejerce de profesor y director de investigación de un hospital.
En 1967 muere de un ataque al corazón mientras escalaba.
Deja esposa y cuatro hijos, una excelente reputación, 140 artículos publicados y cuatro libros. Tras su muerte, su familia destruye todos los documentos de sus investigaciones para MK Ultra.
El proyecto MK Ultra –que contenía otros experimentos secretos de control mental; hasta en 80 instituciones diferentes– se empieza a reducir en 1964, luego en 1967 y se finiquita oficialmente en 1973.
En 1975, bajo la presidencia de Gerald Ford, se pone en marcha la Comisón Rockefeller –como acabó siendo conocida–, que investigó estas prácticas secretas de la CIA y descubrió el proyecto MK Ultra. Algunos rumores pasan en ese momento a ser hechos probados.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de documentos se habían destruido, y otros se fueron desclasificando a lo largo de los años, con lo que la comisión solo pudo acceder a declaraciones de testigos y a un mínimo fondo documental. O sea, la punta del iceberg. La gran mayoría siguen en modo silencio de estado. Tal vez para siempre.
Impunidad
Cuando se descubre el pastel, los familiares de las víctimas exigen responsabilidades y disculpas. No se dieron. Ni una sola disculpa de la CIA o del gobierno canadiense. Canadá acabó indemnizando a 77 pacientes, aunque sin admitir ninguna responsabilidad. Posteriormente se han ido firmando otros acuerdos extrajudiciales: dinero a cambio de silencio.
Mensajes desquiciantes, administración de drogas psicotrópicas durante días, electroshocks pasados de vueltas… torturas a conciudadanos/as sin su consentimiento, gente que no sabía que eran sujetos de experimentos para el control mental. Personas tratadas como objetos o como subhumanos: lo que los nazis como el doctor Mengele llamaban “untermenschen”. Así podían hacerles lo que quisieran. Cameron hizo todo eso en Canadá, a cuenta de la CIA, apenas 15 años después de conocerse las barbaries de los nazis.
Experimentos llevados a cabo por eminencias de la psiquiatría como el doctor Ewan Cameron, que se conducía con modales suaves y exquisitos. El prestigio, su imagen de venerable profesor y el respaldo de dos gobiernos consiguieron que no recibiera la más mínima reprobación en vida, sino todo lo contrario. Y, que yo sepa, tampoco tras su muerte.
Los responsables de todas estas torturas nunca han sido llevados ante un tribunal. Si fuera mal pensado, creería que con esto las autoridades están enviando un mensaje.
Posts relacionados:
- 10000
- 10000
- 10000
- 10000