La civilización no suprime la barbarie, la perfecciona.
(Voltaire)
En 1967, Ron Jones era un joven profesor de Historia de la Cubberley High School, en Palo Alto, California, que se había encontrado a menudo con una pregunta de sus alumnos: ¿cómo pudo prosperar el nazismo en un país tecnológica y culturalmente tan avanzado como la Alemania de los años 30? Su respuesta fue crear La Tercera Ola.
Iba a ser solo una semana, pero una semana muy intensa para sus alumnos. La velocidad con la que aceptaron el experimento fue escalofriante y sorprendió a todo el mundo. El propio creador se vio afectado y reconocía posteriormente: “Mi ego se infló, me gustó”.
Pero vayamos paso a paso, son sólo cinco días.
Aunque antes de empezar, un poco de contexto necesario.
Estamos en los años 60 –primera semana de abril de 1967– y todo está por inventar. Jones es un profesor joven con ganas de hacerles vivir la Historia a sus alumnos. Licenciado en Stanford y con buen currículum, es un profesor carismático que ofrece una nueva manera de enfocar las clases.
Sus alumnos son chicos blancos, hijos de profesionales liberales en un momento en que en Palo Alto nace la industria de la informática. Para enseñarles la época nazi y responder a tan trascendental pregunta, Jones decide dar a sus alumnos una lección de las que valen para toda una vida: pone en marcha el citado experimento, conocido como La Tercera Ola.
Síganme, si gustan, día a día.
Primer día: disciplina
El primer día Jones les habla de las bondades de la disciplina, de cómo el esfuerzo físico y mental constante ayudaba a deportistas, artistas y científicos a alcanzar las más altas metas.Propone una nueva forma de sentarse porque eso les ayudaría en la concentración y la actitud hacia el aprendizaje. Todos deben hacer exactamente los mismos movimientos para sentarse e incorporarse. Jones los va corrigiendo. Al cabo de un rato ha conseguido que todo el grupo pase, en unos pocos segundos, de estar formado fuera del aula a estar sentado en su sitio sin hacer ruido.
Pero lo que ha conseguido en realidad es algo mucho más trascendente: disciplina y obediencia total en tiempo récord.
La duda es si para sus alumnos había sido un divertimento para salir un rato de la rutina o quedaba más camino por recorrer. Jones aprieta un poco más: para formular cualquier pregunta deben ponerse de pie y empezar siempre con un “Mr Jones”. Se inicia entonces un debate en el que las preguntas deben ser respondidas en tres palabras o menos. El alumno que no sigue las nuevas reglas es reprendido y obligado a repetir hasta que las asimila.
Para su sorpresa, Jones constató que la participación mejoraba y que la implicación era mayor que de costumbre. Planteaban mejores preguntas y se trataban con más respeto. Ron, un profesor criado en el aprendizaje libre, visualiza algo inquietante: la disciplina militar estaba siendo productiva. Aunque, por contra, el debate era más reducido y rígido.
Segundo día: saludo y diferenciación
Cuando Jones entra en el aula el segundo día se encuentra a todo el grupo en silencio, perfectamente colocado en sus pupitres y concentrado. Sus tropas le vuelven a sorprender, siempre un paso por delante de lo esperado.
Entonces se acerca a la pizarra y escribe “Poder a través de la disciplina” y debajo “Poder a través de la comunidad”. Les habla de la fuerza que tiene el trabajo en equipo, el pertenecer a una comunidad que trasciende al individuo. Luego les hace corear al unísono la nueva consigna y dedica el resto de la clase a reforzar las normas anteriores sobre como sentarse, levantarse o dirigirse a los demás.
No hay oposición ni sentimiento crítico hacia la nueva dinámica de la clase. Por el contrario, comprueba que sus alumnos se encuentran muy a gusto y él mismo empieza a notar los efectos del experimento.
“En cuanto a mí, me era cada vez más difícil sustraerme de la situación y la identificación que estaba desarrollando la clase; estaba siguiendo el dictamen del grupo de la misma forma en que lo estaba dirigiendo” (Ron Jones).
En ese momento Jones crea un saludo para los miembros del grupo. Consiste en levantar la mano derecha a la altura del hombro en una posición curvada. Lo llama el saludo de La Tercera Ola porque la mano parecía una ola. “Tercera” porque es la tercera ola de cada serie la mayor de ellas.Pide que sea el nuevo saludo entre los integrantes de esa clase –la nueva comunidad de La Tercera Ola– y él mismo es el primero en llevarlo a cabo ante su auditorio.
Los alumnos empiezan a usar dicho saludo entre ellos cuando se encuentran en cualquier otro lugar del instituto: el gimnasio, la cafetería o el pasillo. El revuelo hace que otros alumnos se interesen y quieran entrar en esa misteriosa hermandad.
Tercer día: cohesión
El miércoles, Jones decide entregar carnets de socio del experimento a los alumnos que desearan continuar el movimiento. Ninguno deserta, al contrario, de 30 pasan a 43, con alumnos que abandonan otros grupos para unirse a La Tercera Ola.
Ese día Jones les habla de “disciplina” y “comunidad”, y sobre todo de “lealtad”. Se trata de cohesionar, ya que algunos alumnos, tras las risas iniciales, empezaban a pensar por su cuenta.
A mi juicio (de profano), empieza este día el punto crucial de todo el experimento, el mecanismo para atraer a la mayoría y separar a la minoría incómoda.
Algunas alumnas, entre las más brillantes, estaban acostumbradas a la duda, al debate. Eso se había sustituido por respuestas cortas y ritos disciplinarios. Notaban que les faltaba el aire.
Por contra, los alumnos menos preparados intelectualmente se sentían más a gusto y participaban más, ya que todo era predecible y estaba regulado, no había reto. La nueva situación les igualaba con sus compañeros de comunidad a la vez que les confería cierto sentimiento de superioridad respecto a todos los que no pertenecían a La Tercera Ola, con el consiguiente aumento de la autoestima.
Lo que frenaba a los dubitativos era quedar señalados por el grupo. “Quería ser aceptada por mis iguales, quería gustar a la gente”, nos dice una ex-alumna. Y otra: “te apartabas de la gente que se burlaba de aquello porque querías seguir siendo parte del grupo”.
Y, para los más desafectos, el miedo. Jones ha designado a algunos alumnos como informadores, a los que se han sumado otros cuantos espontáneos. Siempre hay espontáneos para eso. Incluso un alumno se autoerige como guardaespaldas de Jones y a partir de ese momento le acompañará a todas partes.
En medio de clase Jones se ponía ante los alumnos y decía “me han informado de que hay infractores de las normas entre nosotros; tú y tú, en pie”. Y, automáticamente, surgía el rumor en el aula: “culpables, culpables”. Jones les daba un impreso y los exiliaba a la biblioteca hasta el final de experimento.
Cuarto día: orgullo
Mientras la ola se extiende, Jones se siente “muy solo y un poco asustado”. De sí mismo y de algunos alumnos entre los que La Tercera Ola se ha convertido en el elemento central de sus vidas. El asunto está fuera de control. Alguien había entrado en el aula, “el cuartel general”, y había arrancado los carteles.
Ese cuarto día en el aula C3 hay más gente que nunca, unas 80 personas que apenas caben. Jones se pone aún más trascendente, corre las cortinas y cierra con llave. Sus “guardaespaldas” se apostan en las puertas.
Jones les cuenta que La Tercera Ola trascendía su instituto, que hay profesores por todo el país haciendo lo mismo, preparando el embrión de un tercer partido que será el inicio de la regeneración del país. Al día siguiente todo saldría a la luz y se les informaría sobre quien iba a ser el líder nacional, que les dirigiría unas palabras. Pero deben mantener todo en secreto hasta que se destape públicamente.
Todos lo creyeron, al menos no lo cuestionaron. De repente aquello cambiaba significativamente el experimento, que ya no era tal. Era la realidad total, la que existe fuera de las paredes del instituto. “Cuando unos amigos y yo salimos del aula aquel día estábamos anonadados, mi mundo había cambiado”. Los alumnos ‘refractarios’ también estaban desconcertados y asustados, sin atreverse a hacer nada.
Quinto día: entendimiento
A las 11.30 de la mañana los alumnos entran en la H1, una gran aula de reunión con televisión. La conferencia nacional está prevista para las 12. Jones ha traído algunos amigos para que actúen como fotógrafos y reporteros. La sala está cerrada y totalmente abarrotada: unos 200 alumnos en la posición de atención reglamentaria, silenciosos, tensos y expectantes para conocer a su nuevo líder.
Todos en silencio con la vista clavada en el monitor de televisión colocado frente a ellos. Un poco antes de la hora, Jones hace una demostración para los falsos periodistas: saludo y coro disciplinado, “Poder a través de la disciplina”. La sala retumba con las consignas.
Jones explica: “apagué las luces y caminé rápidamente hacia el equipo de televisión; parecía que el aire de la sala se estaba secando y era difícil respirar, y más difícil aún hablar”.
Enciende la tele, no hay señal, solo nieve. El tiempo se tensa, siguen mirando una tele muda. Parecen horas pero son solo 5 minutos de angustia esperando la aparición del líder. Nada. Jones se aleja a un segundo plano en la oscuridad. Mientras, los fotógrafos abandonan el aula, que se queda en silencio, inmóvil, mirando una pantalla vacía que es el único punto de luz de la sala. “Todos mirando como zombies a la pantalla, esperando que pasase algo”.
Entonces alguien gritó “no hay ningún líder del partido”. En ese instante, Jones puso en marcha un vídeo que mostraba a Hitler ovacionado por la masa en Nüremberg, imágenes del Holocausto, pilas de cadáveres.
«Escuchen claramente, tengo una cosa muy importante que decirles. No hay ningún líder. No hay nada que se parezca a un movimiento llamado «Tercera Ola». Uds. han sido usados, manipulados, empujados por su propia voluntad hacia el lugar en que se encuentran en este momento. Ustedes no son mejores ni peores que los nazis alemanes que hemos estado estudiando«.
La clase estaba conmocionada, algunos lloraban, otros se preguntaban “después de haber estudiado la historia reciente, volvía a pasar ¿cómo era posible?”. Jones terminó su discurso: «Todo el mundo debe aceptar la culpa. Nadie puede declarar que no tomó parte alguna«.
Partimos habitualmente de dos lugares comunes: que somos más inteligentes que las gentes que nos precedieron y que aprendemos de los errores pasados. Partimos, pues, de dos convicciones falsas.
Por eso hay que repasar la lección una y otra vez, como malos estudiantes que somos.
Si quieres escuchar al propio Jones explicar su experiencia ve aquí. (inglés)
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Indudablemente, el ser humano es tan maleable como carente de autoestima o creencia en sí mismo. Pertenecer a un todo, a ser socialmente aceptado, a sentirse superior; nos hace olvidar las aberraciones del pasado. Este experimento así lo demuestra. Y mi pregunta es: ¿Si acaso la sociedad no etiquetase de crimen,aberración e injusticia la dictadura Nazi, lo veríamos como tal? Según Rousseau, «el hombre es bueno por naturaleza» de ahí su posibilidad de educación, pero, ¿sobre qué bases? ¿Una educación individual, colectiva…? ¿Cuál es el límite? ¿Debemos prosperar hacia un bien individual o común? Por supuesto, estoy en contra de cualquier movimiento que ejerza la violencia o la vejación hacia cualquier ser vivo, pero, al margen del experimento llevado a cabo por Ron Jones,¿qué hay de esa gente que se educó en un fascismo? ¿Qué hay de todos los nietos que oyeron a sus abuelos hablar (en el caso de Franco)de una España «limpia», segura para los franquistas, grande…? Todo eso de aborrecer los movimientos fascistas está muy bien, pero el problema no está en los cuatro aventados que se creen mejores que el resto, sino en la inseguridad del ser humano, en el hombre, que necesita ser aceptado, que necesita ser mejor (o al menos sentirlo), que quiere, a toda costa, pertenecer a algo importante.
Muchas gracias por tu comentario. Veo que esencialmente estamos de acuerdo. El problema no son los cuatro listos (o fanáticos) que conociendo los mecanismos de manipulación se aprovechan de la debilidad humana. El problema es esa misma debilidad y que, como demuestra el experimento, parece relativamente fácil hacerlo.
Los alumnos de este instituto no estaban educados en el fascismo, sino todo lo contrario: estaban educados en una sociedad que valora el individualismo por encima de todo, a veces demasiado. Y aún así la necesidad de pertenencia al grupo siguió siendo muy fuerte para esos chicos (la edad también es un factor importante aquí).
Por eso haya que estar siempre atentos a cualquier forma de fascismo, porque los símbolos se cambian «para despistar» pero la esencia permanece y creernos que estamos vacunados puede ser uno de nuestros mayores errores. Hay que mantener el espíritu crítico siempre, como antídoto.
Lo dicho, muchas gracias.