La tecnología no es neutral. Parte V

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La tele se mete en política

Sigamos con Postman y cómo afecta la llegada de la televisión al discurso político. Pero antes de seguir tengo que recordar una cosa: Postman vivió en el mundo pre-Internet, un mundo en el que la televisión era diferente porque no había sufrido todavía la influencia de la Red.

De todas maneras, en este capítulo no se va a notar, hay cosas que no han cambiado, sobre todo la principal, que ya comentaba en el capítulo anterior: la televisión tiene un gran punto débil, es muy fácil de apagar, o de cambiar de canal, que viene a ser lo mismo. Por eso debe entretener en todo momento, todo debe ser un show.  Si a eso se une la voluntad de querer abarcar todos los campos del discurso público, se obtiene espectáculo las 24 horas del día, no importa el tema que sea.

En Estados Unidos, la vanguardia mundial en cuanto a televisión se refiere, ya hace años que se televisan juicios “de interés social”, u otros acontecimientos, en directo. En España se siguió al minuto la huelga encubierta de controladores (uff, eso merece una entrada, ya veremos) porque parecía que había obligación de hacerlo. Y porque era espectacular, claro. La gente perdiendo los nervios da muy bien en cámara. Los aeropuertos colapsados de gente con sus maletas o gritando eran irresistibles. Entre esas imágenes y la repetición machachona de la frase ‘el país paralizado’ se consiguió que la gran mayoría de los españoles, que no cogieron un avión ese día y que, como yo, tuvieron un día absolutamente normal (fueron de compras, cogieron el coche, fueron al cine, otros al hospital, etc) repitieran la consigna como un mantra: el país se había paralizado. Lo único que cambió el día de toda esa gente es que no había otro tema en la tele, así se consiguió  el famoso estado de excepción. Gracias a la tele. Así paralizas un país, controlando la tele. Claro que para ello se necesitan unos cuantos medios en la misma dirección, sin fisuras.

Eso es lo que hace bien la tele, crear sensaciones generales aún en contra de tu experiencia personal.

Yo he leído cartas y tuits  de gente protestando porque a determinado acontecimiento (el último, una especie de elecciones que hubo en Barcelona hace unos días) no se le había dado la cobertura mediática adecuada: horas de televisión en directo. Eso es lo que da trascendencia a un acontecimiento hoy día: si se sigue en directo y el tiempo de televisión que se le dedica. Es que parece que para eso se diseñan ciertas acciones. O, en palabras del propio Postman:

Otro campo contagiado por la televisión es el de la política. No podía ser de otra forma ya que una herramienta que difundía inmediatamente un mensaje a millones de personas a la vez era para los políticos, como se suele decir, demasiado bonito para ser cierto. Hoy día la política se hace en y para la televisión. Si no sales no existes y la primera pregunta antes de hacer o decir cualquier cosa es: ¿queremos que salga en el telediario de la tarde o en el de la noche?, ¿habrá conexión en directo o debemos darles un par de horas para preparar la noticia?

La televisión podía hacer mucho por la política, pero eso sí,  siempre que se jugara con sus reglas. Y esas reglas son que el mensaje debe ser corto, simple, más emotivo que lógico y, cómo no, entretenido.

El ejemplo máximo lo tenemos en los debates televisados entre los candidatos a la presidencia.

El primer gran debate: Kennedy vs. Nixon

El 26 de septiembre de 1960, ocurrió uno de esos hechos que no se si cambiaron la historia de la televisión pero sí de la política en televisión. Unos 80 millones de estadounidenses se sentaron ante sus televisiones (blanco y negro) para ver el debate presidencial entre el senador John Kennedy y el vicepresidente Richard Nixon. Nixon llegó en inferioridad física. Aún estaba convaleciente de una lesión de rodilla, insistió en participar en actos de campaña hasta pocas horas antes del debate. Se presentó ante las cámaras con aspecto enfermizo y fatigado. También se negó a usar maquillaje para mejorar su aspecto y evitar las maldades de las luces del plató. Se pasó la mayor parte del debate sudando. En cambio, Kennedy, que había llegado descansado al debate, lució bronceado, ‘sonrisa profidén’ y se mostró relajado y confiado.

Y cuentan que el debate en sí fue muy igualado. De hecho, un dato demostró de forma muy reveladora lo que era capaz de hacer el nuevo invento. Tras el debate se hicieron encuestas. Los que lo escucharon por radio dieron vencedor a Nixon, los que lo vieron por la tele se decantaron mayoritariamente por Kennedy. Los sedujo, y no solo con la palabra. Tras el programa, las encuestas sobre intención de voto dictaron sentencia: Kennedy, que partía con una ligera desventaja, había rebasado a Nixon.

Ese día se marcaron las reglas para el futuro. Para empezar, los candidatos deben ser dos, porque -aparte de otras consideraciones políticas- ayuda al espectáculo: se puede presentar como una competición deportiva, como un combate de boxeo. Si es que luego se hacen encuestas para averiguar quién ha ganado. Dios del cielo, ¿sólo a mí me parece absurdo ese planteamiento? ¿Es que lo importante no es lo que digan y si estás de acuerdo con ello?

Perdón, que me caliento. Todo es un show, un combate de boxeo, muy iluminado. Primero quizás veamos cómo se preparan los “púgiles” para la pelea en la sala de maquillaje, cómo reciben las últimas consignas de sus entrenadores, perdón, asesores. Suena una música trepidante y aparecen ambos en el plató. Mientras la música suena muy fuerte, para hacernos comprender que vamos a presenciar un encuentro histórico, los dos luchadores dan la mano al árbitro-moderador y se dirigen a sus rincones. La música se apaga porque el moderador necesita un momento de solemne silencio para hacer sonar la campana. Empieza el primer asalto. La moneda se tiró antes y el ganador sacará de centro. Tiene cinco minutos, probablemente menos, para definir lo más importante de su política económica. El adversario quizás sólo tenga un par de minutos para replicar. En estas circunstancias, la complejidad, la documentación y la lógica no pueden jugar, están en el banquillo. En algunos momentos hasta la sintaxis sobra. No importa,  no se puede y tal vez no se pretende razonar. Los contendientes están más interesados en causar impresiones, cosa que la televisión hace mucho mejor, que en dar argumentos. La última moda es sacar powerpoints con barras y quesitos, que, como todo el mundo sabe, son prueba irrefutable de verdad y de que sabes perfectamente de qué estás hablando.

El 25 de febrero de 2008 tuvo lugar el primer ‘debate presidencial’ en España. Habrán notado que desde ese día votamos mucho mejor informados.

Además, los espectadores hemos interiorizado tanto el ritmo de la televisión que no permitiríamos a ningún político (imaginemos que los directivos de la tele se han vuelto locos y le han dejado a Punset la moderación del debate) que desarrollara una argumentación más allá de diez minutos. Diez minutos son una eternidad para nosotros ¿quién atiende durante diez minutos a alguien que habla por la tele? Todos cambiaríamos de canal, “ese tío es un pesao y yo ya me he perdido, no se de qué está hablando”.

Así que en esos debates la emoción se impone a la lógica. No es tan importante tener una idea interesante y desarrollarla que decir lo que sea pero con mucha seguridad y con una camisa que dé bien en cámara. Al finalizar la pelea los comentaristas se fijarán más en el “estilo” de los participantes (en los votos por sms, ¿quién ha ganado?) que en el fondo de lo que hayan podido decir. Ellos lo saben y por eso se pasan el debate intentando colar alguna frase ingeniosa, y probablemente vacía, que les haga ganar a los puntos y aparecer en los titulares del día siguiente. Tratarán de sonreír en el momento apropiado, de mirar con seguridad y aplomo a la cámara y de no sudar. Si eres bajito lucharás con todas tus fuerzas para hacer el debate sentado y que no se note tanto. Y si  tienes suerte y eres más simpático o más guapo que tu oponente tendrás la mitad del combate ganado.

Es así como el pueblo elige a sus gobernantes en la era de la televisión.

Palabra de Postman. Creo que no se equivoca mucho, con Internet o sin él.

2 comentarios sobre “La tecnología no es neutral. Parte V”

  1. Luego entiendo que para los políticos la tele es un medio que, en el mejor de los casos, sirve para enamorarnos, no para convencernos; parece que es lo mismo, peroné, perdón, pero no.

    1. Correcto, nos enamoran, no nos convencen. No lo podía haber definido mejor. Será por eso que me enrollo tanto.

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