La televisión: el espectáculo continúa
La televisión es la nueva tecnología, es el centro de las sociedades mínimamente avanzadas. Nadie se excluye de su uso, no hay barreras de edad o condición social. Todo el mundo la consume en mayor o en menor medida. No hay un tema de interés público que no se encamine hacia la televisión. Por poner un ejemplo, los grandes acontecimientos deportivos se hacen para ser retransmitidos y el público que asiste a ellos se convierte en un figurante más del gran espectáculo. El cambio de los horarios de los partidos de fútbol sería el ejemplo más claro. La televisión incluso nos dirige de una manera un poco más sutil: nos organiza el entorno de comunicaciones (qué películas, libros, revistas, programas de radio hemos de consumir), nos dice qué debemos comprar e incluso nos organiza en muchos casos el plan del día.
En esto cada día que pasa le come más terreno Internet, a grandes zancadas, pero creo que todavía la TV es la reina, los que usamos Internet tendemos a creer que la realidad que vivimos es la única y hay todavía grandes huecos en esa Red, agujeros enormes que están por llenar. Creer, como dicen algunos medios, que un gobierno ha caído gracias a Twitter me parece, cuanto menos, un poco ingenuo.
Además, ya llegaremos a Internet, vamos por partes, ahora estamos con la tele, que es la realidad en la que vivió Postman. Él pensaba que
«La televisión ha conseguido el estatus de “mito” en el sentido en el que Roland Barthes usa la palabra: el mito es una manera de entender el mundo sin problemas, de la que no somos plenamente conscientes, que parece, en una palabra, normal. El mito es una manera de pensar tan arraigada en nuestra consciencia que es invisible. Pasada la primera etapa, la televisión no nos fascina como maravilla tecnológica, no la vemos desde fuera, es ya parte de nosotros. No dudamos de la realidad que nos ofrece y no somos conscientes del ángulo de visión que tiene, de su particular manera de ver el mundo. La televisión está transformando la cultura en un gran circo, el mundo en sí es un espectáculo vacío de contenido. Viendo la televisión actual parece más acertado que nunca lo que dijo Bernard Shaw cuando vio por primera vez los letreros de neón de Broadway y de la calle 42: “debe ser precioso si no sabes leer”.
El problema no es que los directivos de televisión se empeñen en llevar al medio por este camino de trivialidad, sino que la televisión es así y que ha convertido el mundo en un plató. No es que la televisión sea entretenida, es que ha convertido el entretenimiento en la forma natural de representar toda experiencia. No es que la televisión trate temas entretenidos, es que presenta todos los temas como entretenimiento, que es algo muy diferente. La tele tiene un lenguaje propio, del que no puede escapar ya que entonces sería otra cosa. Necesita de música que nos marque qué y cuándo debemos sentir algo, está marcada por las limitaciones de tiempo que reducen el mensaje de una manera importantísima, a blanco o negro generalmente, cosa que por otra parte ayuda al espectáculo. Aunque no son sólo las limitaciones de tiempo las que producen un lenguaje tan discontinuo y fragmentado. En un programa es casi imposible decir: “déjeme pensar” o “no lo sé”; esto ralentiza el ritmo del espectáculo y crea la sensación de incerteza o de falta de acabado, el show debe quedar siempre redondo. Porque la esencia de la televisión es que la gente la mira (por eso se llama así) y lo que la gente mira, lo que quiere mirar, son imágenes en movimiento, miles de imágenes de corta duración y de variedad dinámica. La naturaleza del medio pide que se suprima el contenido de las ideas para adaptarse a las exigencias del interés visual, o sea -y perdón por la redundancia- para adaptarse a las reglas del espectáculo.
Y como es nuestra amiga nos da lo que queremos -fascinarnos con imágenes en movimiento- y procura que no hagamos el más mínimo esfuerzo cuando nos sentemos frente a ella. Pero es una amistad interesada; los programadores se enfrentan a diario con un drama: desde la aparición del mando a distancia (otro artilugio que en la línea mcluhiana fue medio y mensaje, cambió totalmente la manera de hacer tele) es muy fácil cambiar de programa.
E, incluso, por si no habían caído en ello, la televisión es muy fácil de apagar. Aquí radica la clave de todo, este hecho condiciona su esencia.
El problema para Postman es que
“la televisión ha ganado: ha conseguido que nunca la apaguemos; todo lo contrario, nos está convirtiendo el mundo en un continuo y “entretenido” programa, en Un mundo feliz. Tenemos ejemplos de ello todos los días”.
En el próximo capítulo algunos de esos ejemplos, no quiero aburrir más que lo imprescindible.
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Seguro que has visto – por televisión probablemente; es como el juego visual de los espejos contra espejos- a un gato perseguir infructuosamente un pájaro que «vive» en la tele. Cómo nos parecemos nosotros en ocasiones a éste gato. Cómo nos creemos la ilusión que nos muestra.