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La suerte del soldado Powers

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Era marzo de 1958, un día cualquiera en el pequeño pueblo de Mont d’Origny, en el norte de Francia, cerca de la frontera con Bélgica. Hay un accidente automovilístico frente a la casa de Yvette Beleuse. Allí vive la joven madre junto a sus cinco hijos, nadie más.
Pero al llegar la policía al lugar ven la figura de un hombre mirando a través de las cortinas, alguien que no debería estar ahí. De hecho es alguien que debió estar junto a su unidad 14 años antes, alguien que se esfumó y que ahora reaparece desde las sombras. Es Wayne Powers, un desertor del ejercito estadounidense durante la batalla de las Ardenas, en 1944.

Cuando hablamos de guerra, la deserción es uno de los tabúes que siguen más arraigados. Es un tema incómodo para todos, víctimas y verdugos. Así que, tras la historia del soldado Slovik, he decidido continuar una breve serie sobre desertores de la Segunda Guerra Mundial.
Igual que la de Slovik, la historia de Powers me la he encontrado en el fantástico libro “Desertores”, de Charles Glass.

Yvette Beleuse en su casa, con sus cinco hijos.

Nacido en Chillicothe, Missouri, en marzo de 1921, Wayne Eldridge Powers había trabajado como agricultor antes de ser reclutado en mayo de 1943. Tras completar el entrenamiento básico en Estados Unidos, es trasladado a Francia a principios de 1944. Como conductor de camiones llega a Normandía el 9 de junio, tres días después del famoso desembarco. En aquel momento, con 23 años, es un soldado novato como cualquier otro.
Ya en Francia, sirve como camionero durante unos meses sin más novedad. Según su propio testimonio, en uno de esos viajes, cuando transportaba suministros hacia la frontera belga para aprovisionar a las tropas que combatían en las Ardenas, recoge a un autoestopista con uniforme estadounidense. Solidaridad entre camaradas, faltaría más. El presunto camarada le saca una pistola y le roba el camión. Probablemente se trataba de un desertor de los que formaron bandas más menos organizadas  y que durante los últimos meses de la guerra se dedicaban a robar todo tipo de provisiones para venderlas en el mercado negro.
Pero volvamos a Powers. Tirado en la carretera y sin camión, decide hacer autoestop para regresar a su unidad. Su dedo apunta hacia Mont d’Origny, una pequeña ciudad cerca la frontera belga. Desconozco si su destino estaba en esa dirección, lo que sí estaba era la casa de Yvette Beleuse, una “francesa de pelo negro” a la que había conocido unas semanas antes en un bar del pueblo. Según palabras de Powers, Yvette “le había regalado una bella sonrisa femenina tras meses de crueles combates”.

Una pausa en Mont d’Origny

Así que, una semana antes de la Navidad de 1944, mientras sus camaradas lo esperaban en las Ardenas, en plena contraofensiva sangrienta –casi 20.000 estadounidenses muertos– él consigue llegar a Mont d’Origny para hacer una pausa, y se presenta en la puerta de la casa de Yvette.  Él no habla ni una palabra de francés, ella tampoco sabe nada de inglés.

Soldados estadounidenses prisioneros en las Ardenas

La pausa se alargó un poco, hasta 1958. Powers nunca llega a las Ardenas, su rastro se pierde en esa Navidad de 1944.
La Segunda Guerra Mundial termina. En 1950 empieza otra, en Corea, que termina tres años después. Luego, Eisenhower, el comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa es elegido presidente de los Estados Unidos. Los americanos no saben donde está, la policía francesa oye rumores de que por Mont d’Origny anda un desertor americano. Incluso llegan a registrar la casa de Yvette, sin resultado alguno.
Escondite bajo las escaleras de la casa.

Durante todo este tiempo Powers seguía desaparecido, oculto en la casa de Yvette, en un compartimento secreto fabricado para él bajo unas escaleras. Bueno, no es que estuviera siempre metido bajo las escaleras. Salía por las noches “a pasear y tomar un poco de aire fresco”.
Pero no solo de paseos vive el hombre. A Wayne e Yvette también les dio tiempo para formar una familia. Primero nació Dorothy, luego Jimmy,  después Douglas, al que siguió Freddy y, finalmente, Harry. Cinco hijos de padre desconocido en el pequeño pueblo de Mont d’Origny. Cuento con la complicidad de algunos vecinos que debían conocer a Wayne y callar, pero aún así no debió ser fácil tampoco para Yvette.

Juicio mediático

Hasta que en 1958 ese accidente de coche y la irrefrenable curiosidad de Wayne hacen que todo salga a la luz. La policía francesa entrega a Powers a los norteamericanos y la historia se convierte en portada de los periódicos a los dos lados del Atlántico. Mientras se prepara el juicio militar, llegan a la embajada americana de París, en solo tres días, más de 50.000 cartas pidiendo la libertad de Wayne;  al fin y al cabo él lo hizo por amor. Cosas de franceses. Parafraseando al tatarabuelo del gran Pepe Rubianes, “con esa sonrisa quién iba a pensar en batallas”.
El consejo de guerra no fue tan romántico y lo condenó a 10 años de trabajos forzados. Pero Powers tuvo a favor la presión  mediática y que ya a finales de los 50 lo que la gente quería era olvidar que hubo una guerra, para bien o para mal. Esta vez fue para bien y la sentencia se redujo a seis meses. Más tarde, una nueva revisión acabó dejándolo en libertad.
A los dos años, y con  un sexto hijo ya en la familia, Wayne e Yvette se casaron en Mont d’Origny, donde se quedaron a vivir como Monsieur y Madame Powers el resto de sus días.
Slovik se entregó, digamos que desertó de cara, mientras Powers se escondió hasta que lo atraparon. Pero las circunstancias decidieron: la suerte de uno y otro no pudo  ser más dispar.

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3 comentarios sobre “La suerte del soldado Powers”

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