Han sido días de darle vueltas en mi cabeza a varias noticias terribles, cómo no. Por un lado el estudio de la Fundación La Caixa, con perdón, que dice que la pobreza extrema ya afecta a más de 2 millones de personas en España. Los datos deben ser ciertos porque de pobres La Caixa sabe un rato. Por ¿otro? lado, la muerte por desahucio en Barakaldo, que tiene relación estrecha con la noticia anterior.
En esas interconexiones de casas, muerte y culpa andaba mi mente cuando se puso a huir hacia adelante y me trajo a primer plano una historia que tenía escondida en alguno de sus trasteros: la Mansión Winchester.
Imaginen una casa de estilo victoriano que, cuentan, llegó a tener 7 pisos, 467 entradas, entre 500 y 600 habitaciones, 2000 puertas, más de 1200 ventanas, 47 escaleras, el mismo número de chimeneas, 13 baños, 52 tragaluces y 6 cocinas. Aunque no lo parezca, la casa es real, está en el 525 South Winchester Boulevard de San José, en California. Actualmente es una atracción famosa en el circuito turístico del misterio.
Por si todavía lo dudan, el nombre tiene relación con los Winchester de toda la vida, los que hicieron fortuna vendiendo su famoso rifle. Oliver Winchester, un emprendedor que trabajaba en la industria de las armas de fuego, se puso creativo e inventó, en 1866, el rifle de repetición, fundando la Winchester Repeating Arms. El Oeste se conquistó, a los nativos les dieron pero bien y la familia Winchester se forró. Historias del mercado libre. Su único hijo, William, se casó en 1862 con Sarah Lockwood Pardee, una niña bien de New Haven que es la verdadera protagonista de esta entrada.
La pareja tuvo una hija, Annie, que murió a las dos semanas de vida. Esto produjo una profunda depresión en Sarah, que decidió no tener más hijos. Años más tarde, y de forma muy seguida, murieron su suegro y su marido, que dejaron a Sarah una inmensa tristeza e igual fortuna personal. La desgracia acabó de desequilibrarla. Pensaba que sus desdichas eran debidas a la cantidad de muertos que había causado el invento familiar. Decididamente hay gente que no sirve para los negocios. Frecuentó mediums hasta que una le dijo que la familia estaba maldita por vender armas de fuego y que debía mudarse al oeste y construir una casa para ella y para los espíritus que la acechaban.
38 años
Sarah no se lo pensó, literalmente, y se puso manos a la obra. Su nueva residencia estuvo en construcción, y con reformas constantes, durante 38 años: desde 1884 hasta 1922. Durante todo ese tiempo Sarah vivió en una casa en obras, en las que se trabaja todos los días del año y 24 horas al día. Quien haya tenido obras en casa entenderá las negritas. Fueron 38 años de sierras y martillos ininterrumpidos. Se levantaban habitaciones que luego se volvían a tirar para empezar de nuevo, como una Penélope inmobiliaria. La idea era no acabarla nunca para que los espíritus vengativos que la perseguían no pudieran establecerse. El dinero no es un problema, así que la señora no repara en la calidad de los materiales y se gasta durante todo ese tiempo el equivalente a más de 70 millones de dólares actuales.
La estructura de la mansión victoriana es fiel reflejo de la mente de su promotora. Como no había un plan maestro la casa fue construyéndose y reformándose sobre la marcha, lo que la convierte en un laberinto absurdo en el que la gente que trabajaba allí necesitaba mapas para no perderse.
Había escaleras en forma de Y, otras que no llegaban a ninguna parte y otras con numerosos escalones de pocos centímetros de altura. Ventanas en el suelo, en el techo o en medio de un pasillo. También podías encontrarte con numerosas puertas y ventanas que daban a una pared, o al vacío, una chimenea que se alza cuatro pisos y luego se cierra o pasillos que te llevaban al lugar de inicio.
En 1906, el gran terremoto de San Francisco afectó a San José. Sarah quedó atrapada en su habitación y se destruyó parte de la mansión. La señora Winchester pensó que había sido obra de los espíritus cabreados, así que decidió no reparar esa parte y continuar la construcción por otro lado. Si al final las escaleras llevaban a una pared, qué importaba ¿no?
Sarah seguía supervisando las obras y apareciendo por el rincón más inesperado, porque a pesar de que aquello era un laberinto para todo el mundo ella nunca se perdía y recordaba perfectamente qué había en cada una de las habitaciones. Siguió construyendo y supervisando hasta su muerte en 1922, con 83 años. En ese momento su delirio constaba de 4 plantas, 2 sótanos, 120 habitaciones, 40 dormitorios, 467 puertas, 40 escaleras y 17 chimeneas.
No se si todo esto tiene moraleja, no tengo nada claro. Solo se que en mi cabeza ha quedado una bruma donde se mezclan bancos, leyes hipotecarias, el Salvaje Oeste, maldiciones, familias millonarias, casa encantadas, puertas que conducen al abismo, desahucios, escaleras que acaban en una pared y winchesters. Muchos winchesters.
Una historia extraordinaria. Cuantos se enriquecerían gracias a la demencia de esa mujer. Qué desgraciada debió ser.