El 28 de junio se cumple un nuevo aniversario del atentando de Sarajevo que supuso el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Una guerra de trincheras de barro donde se mezclaba sudor, sangre, mugre y muerte. Y mucho ruido. Un sonido constante de explosiones, gritos, ametralladoras, crujir de huesos, llantos y quejidos de dolor. Locura fuera de toda humanidad o humanidad en su máxima expresión, según se mire. Muchos de los que volvieron a casa nunca regresaron. Se quedaron allí, atrapados en el Shell Shock o la mirada de las mil yardas.
Un término, el de shell shock que va acompañado de variados síntomas; porque a cada paciente le da por una cosa diferente: histeria, pasividad, mutismo y apatía absoluta por todo lo que le rodea, falta de concentración o llanto incontrolable.
Otros sufren episodios constantes de inestabilidad emocional, pesadillas recurrentes y muy vívidas, sudores fríos y ceguera o sordera histéricas. Algunos incluso experimentan convulsiones musculares espectaculares, pierden el control de su propio cuerpo en una especie de baile grotesco.
Aunque, de todas las manifestaciones, la que particularmente me atraviesa es quizás la menos espectacular. Es la mirada de los mil metros, o de las mil yardas (en su original en inglés: Thousand-yard stare).
Shell Shock con distintos nombres
En tiempos pasados, en los que todo era más sencillo, aquellos soldados eran considerados cobardes. Sin más. A partir de la Primera Guerra Mundial empezó a estudiarse el fenómeno desde un punto de vista médico, y se bautizó como shell shock.
En siguientes guerras se le llamó neurosis de guerra o fatiga de combate. Y más tarde síndrome de estrés postraumático. Otra tendencia de nuestra época: ir suavizando los nombres de las cuestiones más desagradables.
Muchos historiadores ven en la Gran Guerra el verdadero inicio del siglo XX. Hasta ese momento los ejércitos habían sido terriblemente clasistas, más pendientes de la posición social de sus integrantes que del mérito e incluso la lógica militar.
Los oficiales vestían uniformes muy vistosos, como preparados siempre para ir a un baile; los soldados eran solo carne de cañón. Eran un recurso como cualquier otro, muy duramente tratados por sus mandos, que los despreciaban.
Cobardes e inválidos morales
Cualquier acto de cobardía o insubordinación en batalla tenía el peligro del efecto de contagio, y ante eso se actuaba con dureza. Algunas veces se les ajusticiaba allí mismo, ‘en caliente’. Otras se les pasaba a una corte marcial. Pero en todo caso los castigos afectaban necesariamente la moral de la tropa.
Por todo ello se inició un estudio en profundidad, con el objetivo fundamental de distinguir al simulador del realmente afectado por el síndrome. Se empezó a dejar atrás el viejo esquema, y de “cobardes” o “inválidos morales”, esos hombres pasaron a ser tratados como enfermos.
La Primera Guerra Mundial causó 9 millones de muertos, con algunas batallas como la de Verdún o la del Somme, que han pasado a la historia más negra de la humanidad.
En el Somme, solo en la primera jornada murieron más de 60.000 hombres. La estrategia de guerra de trincheras suponía estar disparándose y bombardeándose unos a otros durante días. Muchas veces sin un objetivo medianamente claro.
De trauma físico a psicológico
El machaqueo incesante, con la constante amenaza de muerte a tu alrededor, quebraba la resistencia de muchos combatientes.
Al principio se pensó que el shell shock tenía causas físicas, que el ruido permanente de la artillería percutiendo ocasionaba una lesión cerebral en los soldados. Pero con el tiempo los psiquiatras militares, especialmente en el ejército británico, admitieron que el cuadro era debido a un trauma psicológico.
Comprobaron que después de una exposición prolongada al horror, hasta soldados condecorados anteriormente por su valentía caían presos de un miedo abrumador. Miedo que les llevaba a un mutismo e indiferencia cercana al autismo o a reacciones histéricas y pérdida del más elemental autocontrol.
El cuadro del shell shock era muy variado. A los síntomas mencionados anteriormente hay que añadir otros como incapacidad para comprender las proposiciones más sencillas, pérdida de memoria, pensamientos obsesivos o una clara tendencia al abuso de alcohol y drogas.
Durante la Primera Guerra Mundial se dieron los primeros pasos para la recuperación de estos soldados, aunque las terapias a base de curas de sueño no fueron del todo efectivas.
Luego llegaron más guerras y el shell shock fue cambiando de nombre, aunque la curación sigue siendo incierta y poco efectiva. Además, tras las guerras lo que se quiere es esconder a esta gente rota bajo la alfombra para que no estropeen la victoria o no recuerden la derrota.
Esa mirada
Otra de las manifestaciones del shell shock es la conocida como la mirada de las mil yardas, aunque el nombre es posterior a la Primera Guerra Mundial. Igual que el síndrome de estrés postraumático, no es un fenómeno exclusivamente militar, puede afectar a cualquier superviviente de un gran trauma psicológico.
Es, tal vez, uno de los síntomas menos espectaculares de la fatiga de combate, pero personalmente es de los que más me impresionan. Esa mirada inerte, inexpresiva y disociada del entorno es el reflejo de un hombre vivo pero completamente alejado de este mundo. Es alguien que camina y respira entre nosotros, pero cuya mente está, literalmente, en otro sitio.
No sabemos dónde, lo que la hace a la vez misteriosa e inquietante. ¿Está recordando o su pensamiento vaga sin rumbo? ¿Tiene respuestas o se ha quedado trabado en las preguntas? ¿Está reviviendo aquel momento? ¿Qué es lo que vio, dónde se quedó? ¿Podrá, algún día, salir de aquella experiencia y volver a la vida?
Thomas Lea
El nombre aparece durante la Guerra de Vietnam –en aquel tiempo el shell shock se llama Síndrome de Estrés Postraumático– y se debe a Thomas Lea, un artista bélico que convivió con los marines norteamericanos.
Lea publicó en la revista Life el cuadro “Marines Call It That 2,000 Yard Stare”. Aunque el momento que refleja su pintura es anterior, de 1944, en plena Guerra del Pacífico contra Japón. El artista da una descripción ante la que sobran más comentarios:
Abandonó los Estados Unidos hace 31 meses. Fue herido en su primera campaña militar. Tuvo enfermedades tropicales. Dormía a medias por la noche y durante el día sacaba a los japoneses de sus agujeros. Dos tercios de su compañía murieron o fueron heridos. Esta mañana, volverá al ataque. ¿Cuánto puede soportar el ser humano?
Lea había oído a los soldados utilizar esa expresión para describir la mirada de aquellos que se habían roto emocionalmente, cuyas mentes habían salido corriendo de la guerra para siempre, aunque sus cuerpos siguieran allí.
En algunos casos se daba en el fragor de la batalla: esos soldados se desenfocaban y se mantenían inmóviles, totalmente ajenos a las explosiones y todo lo que pasaba a su alrededor. Sus compañeros tenían que sacarlos de allí a rastras para salvar sus vidas.
Hoy, que se cumple un nuevo aniversario del inicio de la Gran Guerra quiero acordarme del shell shock y de tantos hombres con la mirada más allá de este mundo. Hombres que quedaron atrapados en la línea de fuego de la historia. Sus cuerpos sobrevivieron pero sus mentes se quedaron mil yardas más allá de su mundo, atrapadas en su propio infierno para siempre.
Advierto que las imágenes son muy duras:
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Inquietante texto, Miguel.
Nos llevas más allá de las grandes cifras de muertos/fallecidos/asesinados…’Bajas’, les llaman los militronchos, esos que, como decía mi abuelo -que participó en la Guerra Civil- «tienen pelo en el corazón», para referirse a su desprecio por la vida ajena (y por ajena no me refiero a ‘el enemigo’).
La Primera GM, con sus novedades destructivas y de tactica militar (gas, bombardeos masivos, y sobre todo, guerra de trincheras), tuvo que ser terrible para las mentes de los soldados: estar semanas en las trincheras, siendo bombardeado y gaseado, algo que para mi es peor que tener actividad, aunque sea de guerra…
Muchas gracias Marius, por leerme y por el comentario. Sí, es lo que intentaba con la entrada. Estamos de aniversario y otros más preparados que yo escribirán sobre las batallas, las tácticas, las consecuencias políticas, etc.
Otros se acordarán de los muertos y de rendirles homenaje, que bien lo merecen. Por eso me paré a pensar en otras víctimas de las guerras que suelen pasar más desapercibidas. Aquellos a los que luego todo el mundo quiere esconder porque no hacen bonito, incluso en el bando vencedor. Salieron vivos, pero a medias, arrastrando la muerte durante el reto de sus días. Un destino terrible, tal vez peor que ser despedazado por un obús.
En estos tiempos de falsas guerras de videojuegos, conviene recordar a cada rato lo que es la guerra de verdad.
Y perdón por el rollo, que me pongo intenso, pero es que el tema no da para otra cosa.
En realidad solo quería darte las gracias.
Pienso que tengo el mismo problema solo que nunca he estado en guerra nisoy militar, yo le llamo desrealizacion sabes si esto tiene cura o tratamiento?
Hola Marcus. El síndrome no es exclusivo de los soldados, sino que lo puede desencadenar cualquier experiencia traumática. No soy ningún especialista pero tengo entendido que sí hay tratamiento, al menos paliativo. Consulta con un psicólogo.
Mejor, psicoanálisis, no lo digo por decir, yo también pasé por esto, pero ya por fin salgo del laburo infierno
Dicen que el EMDR funciona.
Yes! Finally something about tatuaje tribal.
Hola, cómo sabes descubrí el blog hace unos días y estoy leyendo con pasión, se convirtió en mi lectura obligada de estos días. Disfruto cada entrada y casi quisiera comentar en todas pero no quiero ponerme reiterativo, felicitaciones y gracias por tomarte el tiempo de compartir estas historias
Excelente artículo.Impresionante y triste ver que no se ha avanzado nada en términos éticos y morales en 104 años.
Muchas gracias Fran. En términos generales quizás sí se ha avanzado algo. Pero muy poco, eso es cierto.