El 3 de agosto de 1961 se expone por primera vez en la National Gallery de Londres el retrato del Duque de Wellington (Goya 1812-14). Aparte del propio valor del cuadro, aquello era, sobre todo, una celebración patriótica. The Duke por fin estaba donde debía, para mayor gloria del Reino Unido. Pero para Kempton Bunton aquello fue la gota que colmó el vaso.
Una historia increíble, con unos cuantos giros de guión, que copó las portadas de la prensa de la época. Para empezar, el cuadro duró en la National Gallery solo 19 días: el 21 de agosto de 1961 desapareció.
La exposición del retrato de Wellington en el museo venía acompañada de tintes nacionalistas. El cuadro de Goya había sido propiedad de la familia del duque de Leeds hasta que la puso a subasta en Sotheby’s. ¿Y qué pasó? Que la compró, por 140.000 libras de la época (más de 2 millones en la actualidad), Charles Wrightsman, un magnate petrolero yanqui. O sea, la gloria del Imperio se iría a Estados Unidos. Es lo que tienen los viejos imperios, que pasa el tiempo y sus glorias las compra un comerciante de otro nuevo.
La noticia de la subasta despierta el orgullo británico, se arma bastante follón y Wrightsman acepta venderlo por lo mismo que le había costado. Y ahí estuvo el gobierno, financiando parte de la compra, junto a la Fundación Wolfson. Se suelta la pasta y se gana una nueva batalla: el guerrero heroico de queda en casa, en la National Gallery. Gran Bretaña feliz.
Bueno, feliz durante unos días, hasta que lo robaron.
El robo de The Duke
El 3 de agosto se ‘estrena’ el cuadro en sala, para que todos puedan verlo; el 21 de agosto desaparece. Como curiosidad, ese mismo día –pero de 1911– se produjo el célebre robo de la Mona Lisa del Museo de Louvre de París.
El del cuadro de Goya es el primer robo en la historia de la National Gallery desde que se inauguró en 1824. En un primer momento los responsables de la seguridad no saben explicar qué ha pasado. La investigación dedujo que los ladrones habían entrado por una ventana del baño de caballeros, a la que pudieron acceder gracias a unas obras que se hacían en una calle trasera del museo. Por allí entraron y salieron con la pintura, marco incluido.
Como pueden imaginar, aquello causó sensación. El director de la galería presenta su dimisión, que no es aceptada. Inmediatamente se ponen en marcha todos los recursos del estado. Se busca por tierra mar y aire, se moviliza a la Interpol y se hace pública una recompensa de 5.000 libras a quien diera datos fiables.
Parece un trabajo de especialistas y se especula con una banda francesa de ladrones profesionales de arte. Había en esa teoría un componente de revancha francesa ante el vencedor de Napoleón.
Nada más lejos de la realidad. Creo que ya es hora de que les presente a Kempton Bunton. Por cierto, el inusual nombre de pila parece que se debe a que su padre había ganado una gran apuesta en el hipódromo de Kempton. Cosas de ingleses.
Kempton Bunton está indignado
Scotland Yard está muy perdida, hasta que tres semanas después aparece una nota de rescate en las oficinas de la agencia Reuters. No es de una mafia internacional, sino de un desempleado inglés de Newcastle, de 57 años, Kempton Bunton; aunque su identidad se conocerá años después.
“El acto cometido es un intento de vaciar los bolsillos de aquellos que aman el arte más que la caridad… la pintura no está ni estará en venta, es para pedir un rescate – 140.000£ – que debe darse a la caridad”. Y en una segunda nota es más explícito: “Mi único objetivo en todo esto es la creación de una organización de caridad para comprar licencias de televisión para las personas mayores y los pobres”.
Ni ha vendido la obra ni reclama un rescate millonario, simplemente pide que el mismo dinero invertido en el cuadro se utilice para pagar la licencia necesaria para ver la BBC a gente sin recursos. No se trata de una broma, de esas que proliferan cuando hay delitos y crímenes mediáticos. Junto a la nota había una muestra de que el cuadro estaba o había estado en poder del autor de la misma.
De momento el autor es anónimo, luego todo encajaría. El señor Bunton, que disponía de una ayuda estatal mínima, llevaba una buena temporada luchando contra el canon televisivo. Parece que, incluso, había trucado su aparato para que no se viera la BBC y así poder dejar de pagar.
Su estrategia no había servido de nada y se le había impuesto una multa de 2 libras que él se negó a pagar, por lo que pasó 13 días en la cárcel. Así que lo de las 140.000 libras por un cuadro lo puso más caliente que un mechero.
Un trabajo sencillo
Por lo que sabemos, no parece que la preparación fuera exhaustiva. Se pasó por el museo y de la forma más natural del mundo empezó a charlar con unos empleados que le comentaron que las alarmas se desconectaban por la mañana para que el servicio de limpieza trabajara más cómodamente.
A favor de los bocachanclas hay que recordar que Kempton Bunton era un señor de 57 años del montón, bien vestido y educado, muy lejos de un perfil sospechoso. Con esa información, Bunton se las apañó para dejar la ventana de un lavabo abierta y el día siguiente trepar hasta ella y salir con el cuadro por el mismo sitio, sin ser visto.
Un robo perfecto, más simple que un peine. Evidentemente las medidas de seguridad se revisaron a partir de ese momento.
Cinco cartas en cuatro años
Pasa el tiempo y la policía sigue sin pistas –más allá de descartar la tesis de ladrones profesionales– pero tampoco Bunton recibe respuesta a sus demandas. Así que envía un tercer comunicado (“Goya Com 3”) impreso en mayúsculas: “The Duke está seguro. La temperatura vigilada, su futuro incierto”. Además, pide que alguien inicie un fondo para recaudar esas 140.000 libras para el canon televisivo y que se le garantice a él indulto o destierro.
La respuesta de las autoridades es el silencio. Por el contrario, en la imaginación popular el misterio sigue vivo, tal como muestra la película Dr. No (1962) en la que James Bond encuentra el cuadro en la guarida de su enemigo.
Años después, Bunton prueba una cuarta misiva en la que insiste en el indulto ya que “Scotland Yard está buscando una aguja en un pajar, pero no tiene ni idea de dónde está el pajar”. Tampoco hay respuesta.
Y en 1965 la que viene encabezada como “Com 5 y final”. Bunton parece darse cuenta de que el asunto se le ha ido de las manos y no pinta un buen final. Asegura que el Goya está en buenas condiciones y propone devolverlo de forma anónima. The Duke se expondría y lo que pagaran los visitantes iría a una organización benéfica. También insiste en que se le garantice inmunidad.
El último guante es recogido por el Daily Mirror, que acepta organizar la exposición propuesta por Kempton. En junio de ese año en las oficinas del diario se recibe una comunicación anónima que incluye un ticket de la consigna de la estación New Street, en Birmingham.
Wellington vuelve, el misterio sigue
Y allí estaba Wellington, en la taquilla, enrollado y en buen estado. Inmediatamente fue devuelto a la National Gallery, el tesoro nacional quedaba a salvo. Pero el misterio sobre quién se lo había llevado seguía sin resolverse.
Tampoco duró mucho: un mes después, el 19 de julio, Kempton Bunton se entrega a la policía y confiesa su delito. Declara que temía haber hablado más de la cuenta en el pub después de unas cuantas pintas. Kempton no quería que “cierta persona” cobrara la recompensa de 5.000 libras que se había puesto por su cabeza.
Y, claro, los polis alucinaron pickles. El habilidoso ladrón de guante blanco que se había llevado un tesoro de la National Gallery y que había mantenido en jaque a Scotland Yard durante 4 años nunca había tenido, en el perfil policial, ese aspecto. Ante ellos tenían a un hombre de 61 años, de aspecto afable, gafas redondas, alto, entrado en carnes y desgarbado.
Bunton les cuenta cómo lo hizo: lo de la ventana del baño y una escalera de las obras en Saint Martin’s Street que le ayudó, el despiste de los guardias jugando a las cartas y cómo salió por el mismo sitio y se llevó la pintura en el asiento trasero de su coche. Luego lo escondió en casa detrás de un armario para que no lo viera su mujer. Y hasta hoy.
A los policías les extrañó que alguien de su edad y complexión fuera capaz de tal operación, pero las pruebas eran consistentes: el método descrito era correcto, las huellas en el cuadro coincidían y las cartas eran de su puño y letra.
Si han llegado hasta aquí no se pierdan el juicio y el veredicto. Vienen justo ahora y se los cuento por el mismo precio.
El juicio
Por todo ese lío que duró años, Kempton Bunton pagó con… 3 meses de cárcel. Tenía a favor que al iniciarse el juicio, Bunton era poco menos que un héroe popular. Además, se publicó que, según sus allegados, era un hombre sencillo al que le importaba poco el dinero, que todo el asunto iba más de justicia y prioridades que de la pasta.
También tuvo a su favor el que le defendiera Jeremy Hutchinson, una eminencia que había participado en otros casos mediáticos como los de Lady Chatterley (1960) o el caso Profumo (1963).
El juicio comienza en noviembre de 1965. La fiscalía acusa a Kempton Bunton de robo. Parecía evidente ¿verdad? El acusado se declararía culpable e intentaría colar algún eximente que le rebajara la condena.
Pues no, Bunton se declara no culpable, porque para eso estaba Hutchinson allí, para darle una vuelta al asunto. Según las leyes del momento, el concepto de robo (theft) requería que el autor tomara algo de otra persona con la intención de privarlo permanentemente de ello.
Hutchinson sostiene que su defendido nunca tuvo la intención de privar a la National Gallery de su pintura de forma permanente. Solo quería “coger prestado” a The Duke para llamar la atención sobre la injusticia que suponía destinar tanto dinero a un cuadro cuando había gente que no podía pagarse ni la tele. Así que aquello no había sido un robo, legalmente hablando.
Seguro que también ayudó la imagen honrada del acusado ante el jurado popular, que quizás buscaba cualquier excusa para salvarlo. El caso es que, ante la irritación del juez, a Bunton le cayeron solo 3 meses por el marco, que estaba valorado en 100 libras y que nunca se devolvió.
Fin del juicio y todos a casa
Finalizado el juicio, ¿fin de la historia? Pues no. No se vayan todavía, aún hay más.
Por cierto, ya que estamos de juicios: esta es una de esas historias que propician el cambio de una ley. Kempton se les escabulló (dos veces, primero con el cuadro y luego en el juzgado) pero eso no podía volver a pasar.
Tres años después se aprobó la “Theft Act 1968” que incluyó una cláusula que consideraba delito quitar sin autorización cualquier objeto expuesto al público en un edificio al que pudiera acceder el público. No podía ser que alguien más se animara a “coger prestado” otro cuadro de un museo para reivindicar cosas.
Tras los tres meses de rigor Kempton Bunton se fue para su casa y para su pub en Newcastle, donde llevó una vida normal hasta su muerte en 1972.
Por cierto, el duque de Wellington sigue en la suya, en la sala 39 de la National Gallery, tan pancho. Por si quieren hacerle una visita.
Pero aquí tampoco acaba la historia.
John Bunton, un asunto de familia
El asunto se echó a dormir hasta que en 2012 da un nuevo giro. The Guardian publica que lo de Kempton, Goya y Wellington había sido “un asunto familiar”. Parece que el autor material del robo había sido en realidad un hijo de Kempton, John Bunton. O, al menos, así lo confesó.
El diario tuvo acceso a unos informes policiales de 1969. En julio de ese año John es arrestado en Leeds por un delito menor. Al tomarle las huellas teme que coincidan con otras que la policía pudiera tener del cuadro o del escenario del robo en el museo. En realidad las huellas no eran concluyentes, pero John no lo sabía y lo cantó todo.
Los detalles sobre el robo eran consistentes, exactamente lo descrito por su padre. Con la diferencia de que ahora todo cuadra un poco más. Recuerden que en aquel momento Kempton tenía 57 años, 1,82 de altura y unos 114 kilos de peso. Los investigadores siempre dudaron de que alguien así pudiera entrar por la ventana y luego bajar con el cuadro indemne. John, con sus 20 años y complexión atlética sí se ajustaba al perfil.
En todo momento John estuvo de acuerdo con el plan de su padre, su campaña y la devolución al museo. A preguntas de la policía declaró que tanto él como su hermano Kenneth –también al tanto del asunto, no así la madre: desconfiaban de su locuacidad– se mantuvieron en silencio todo el tiempo siguiendo las “órdenes” de su padre.
La policía, a falta de más pruebas, consideró que la confesión no era suficiente para procesar a John por el robo ni a Kempton por perjurio y dejó correr el asunto. Tras varios ridículos, las autoridades prefirieron no echar más leña al fuego, solo querían olvidarse de toda la historia.
Los Bunton salieron también de esa y fin de la historia.
O tal vez no, yo ya no sé.
PD. Habrá peli
A finales de este 2020 está previsto el estreno de The Duke, una película inglesa que recordará este caso. Aparecen como protagonistas dos ‘leyendas’ de la interpretación: Jim Broadbent y Helen Mirren. La cosa promete.
Y la hubo, aunque en 2022. Ya está disponible en Movistar +, por ejemplo. Vale la pena echar un ratito.
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Acabo de ver la película y es el post más completo que he leído. Sabes de alguna de sus obras de teatro?
Muchas gracias Débora. Pues no, a tanto no llegó mi investigación y no se si se conserva alguna, los únicos testimonios que he leído sobre el tema dicen que no valían nada, no se.