Era la mañana del 5 de agosto de 1942. En el ghetto de Varsovia habría una atmósfera que yo no estoy capacitado para describir ni imaginar. Los testigos hablan de un aire espeso, de silencio, miedo, resignación. Los nazis estaban limpiando el ghetto, trasladando a los judíos a los campos de exterminio. Habían desalojado a los casi 200 niños del hogar judío que regentaba, que marchaban en silencio hacia los trenes de la muerte. Y al frente de todos estaba él. Su nombre era Henryk Goldszmit, pero el mundo lo conocía como Janusz Korczak, un pseudónimo que había usado en sus escritos en prensa y en sus libros. Tenía otros apodos, como como Stary Doktor (El Viejo Doctor) o Pan doktor (Señor Doctor).
«… había ocurrido un milagro, doscientos niños que no lloraban, doscientas almas puras condenadas a la muerte y no derramaban una lágrima. Ninguno trató de huir, ninguno trató de escapar. Tragando su dolor se aferraban a su maestro y mentor, a su padre y hermano, Janusz Korczak, que los protegería. Janusz Korczak marchaba con la frente en alto, sosteniendo la mano de uno de sus niños, no llevaba sombrero, tenía una correa de cuero alrededor de su cintura y calzaba botas altas».
La leyenda dice que hasta las mismas puertas del tren de mercancías se le volvió a ofrecer una última posibilidad de salvarse. Pero él no concebía abandonar a sus niños bajo ninguna circunstancia. El tren partió hacia Treblinka con los niños y El Viejo Doctor a bordo. Y ahí se pierde su rastro.
Aunque en realidad el rastro de Korczak ni siquiera los nazis fueron capaces de borrarlo, sigue reluciendo.
Korczak nació en Varsovia en 1878 como Henryk Goldszmit, en el seno de una familia judía polaca acomodada. Su padre era un conocido abogado de ideas liberales que enseñó desde siempre a su hijo la realidad de los que no vivían tan bien como ellos.
Esa preocupación por los problemas sociales marcó su vida. Pronto la comodidad se acabó para un Henryk de 11 años que vio morir a su padre tras una enfermedad mental. Eso afectó económicamente a la familia y le obligó a trabajar desde muy joven, con lo que sus estudios se vieron ralentizados. Con 27 años se doctoró en medicina, trabajando como pediatra y centrando sus esfuerzos entre las clases más pobres.
Médico, pedagogo, escritor, periodista
Lector voraz, compaginaba su trabajo como médico con su obra periodística y literaria. Había empezado a escribir en su época del instituto. Su nombre para la historia, el pseudónimo Janusz Korczak, lo usó por primera vez en 1898, cuando presentó una obra de teatro a un concurso. Colaboró en prensa, en radio, escribió teatro, cuentos infantiles y también ensayos sobre pedagogía.
Sirvió como médico en la Primera Guerra Mundial, en el frente ucraniano. Pueden imaginar las atrocidades a las que se enfrentó. Y de entre todas, lo que más le conmovió fue la situación de los niños abandonados.
En 1917 se ocupó de alojarlos en un hogar en Kiev. A partir de ahí su faceta como médico se fue esfumando para dedicar todos sus esfuerzos a “la mitad desconocida de la humanidad, los niños”, en su propias palabras. De hecho, fue más pedagogo que médico, y llegó a ser conocido y respetado en ese ambiente.
Dom Sierot y Nasz Dom
Korczak asumió los postulados pedagógicos más progresistas de la época, como indica el título de una de sus obras más famosas, “El derecho del niño a ser respetado” (1929). Podríamos decir que su pedagogía se basa en ver al niño como un sujeto pensante, no alguien a quien cuidar y enseñar cosas simplemente.
Nos puede parecer obvio, pero no lo era en aquella época. Él trata al niño como a un adulto, con derechos pero también con responsabilidades. Para Korczak es necesario comprender a los niños, entender su espíritu y respetarlo.
También creía que la familia debía involucrarse en la educación, creando un ambiente propicio. Pero Korczak se ocupaba precisamente de los niños sin hogar, a los que había que ofrecer uno. Así que el primer paso para su desarrollo era asegurarles las condiciones básicas de vida: un hábitat y dieta apropiados, así como oportunidades de higiene y ocio.
En 1912 fundó en Varsovia, junto a Stefania Wilczyńska, Dom Sierot (El Hogar de los Huérfanos), un orfanato para niños judíos del que fue director durante 30 años. En 1919 fundó otro centro, Nasz Dom (Nuestro Hogar), en compañía de Maria Falska, éste para niños no judíos.
Ambos centros acogían a niños entre 7 y 14 años y en ellos puso en práctica sus modernas ideas educativas. Había un consejo y un órgano de arbitraje, formados por niños. Las reglas de la institución eran claras y debían ser respetadas escrupulosamente por todos, incluyendo a los educadores. Los propios niños discutían en asamblea todos los aspectos del funcionamiento y mediaban en las posibles disputas. En aquel tribunal los niños podían, incluso, juzgar a sus educadores.
También disponían de una revista, escrita por los propios alumnos y en la que podían expresarse sin ninguna cortapisa por parte de los adultos. Todo ellos con la vista puesta en ceder a los niños libertad y responsabilidad a partes iguales.
Héroe de guerra
Korczak dirigió el orfanato hasta el final, contra viento y marea. Cuando lo alemanes invaden Polonia en 1939, Korczak, en un acto de dignidad, se pasea por las calles con el uniforme del ejército polaco, en el que había servido como médico. Aunque lo suyo no eran los uniformes (no le imagino un aspecto muy marcial) él quiso pasear por Varsovia la dignidad y el orgullo de un país derrotado.
También se negó siempre a llevar el brazalete obligatorio con la estrella de David, lo que suponía un delito. Pero el viejo profesor no se amilanaba ante nada. En 1940 fue trasladado al ghetto de Varsovia, donde continuó su trabajo en las circunstancias que pueden imaginar. Su labor era ya ampliamente conocida, así que los alemanes le ofrecieron la posibilidad de salir del ghetto, pero él no podía dejar a sus niños.
Hasta que llegó la mañana del 5 de agosto de 1942 y El Viejo Doctor llevó sus ideas hasta el final, acompañando a sus alumnos a la muerte. Del último paseo hay versiones para todos los gustos, unos hablan de niños endomingados desfilando alegremente detrás del doctor. Otros testigos niegan el emotivo relato de saludos, banderas y canciones y describen una atmósfera recargada de apatía y de “un silencio terrible, agobiante”.
No creo que se necesiten banderas y sonrisas para un acto heroico; el silencio y el miedo también valen.
A Korczak le tocó vivir tiempos de guerra, aunque creo que él nació luchador, al margen de su circunstancia. Peleó como nadie contra la maldad, la estupidez; a favor de un mundo más justo. Su principal objetivo fue crear un mundo mejor a través de los niños, no solo con la palabra, también con sus hechos. Ayudarles y formar personas con criterios propios y espíritu libre.
No podía haber «elegido» un momento y un lugar peor para hacerlo, y aún así lo hizo. No se doblegó nunca, ni siquiera al final. En momentos de locura son los hitlers los que que se llevan todos los focos. Pero no olvidemos a los korczaks, que son los que alumbran de verdad el futuro, y son más de los suelen salir en la tele y en los libros.
Al final Korczak venció, su vida y su obran no desaparecieron, ha dejado una huella en la historia. Su máxima era: “es inadmisible dejar el mundo tal como lo hemos encontrado”. Gracias Pan Doktor, usted lo dejó un poco mejor.
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