HitchBOT nació en 2014. De poco más de un metro de altura, solo podía mover un brazo para hacer autoestop (hitchhiking), que es para lo que había nacido. Dependía de la amabilidad de los extraños, como Blanche Dubois. Él ofrecía conversación, simpatía y unas enormes ganas de hacer amigos y ver mundo. Era todo lo que tenía.
Su viaje comenzó un domingo, el 27 de julio de 2014, en una cuneta de Halifax, en la costa este canadiense. El 21 de agosto, llegó a Victoria. En 21 días había cruzado Canadá de costa a costa, haciendo amigos y explicando sus vivencias en mensajes y fotos en las redes sociales. Luego viajó por Alemania, Holanda y Estados Unidos, donde acabó su viaje. Muy a su pesar.
Los padres de HitchBOT (Hitch a partir de ahora) eran David Harris Smith, de la Universidad de McMaster, y Frauke Zeller, robotista de la Universidad de Ryerso. El proyecto es que un robot, Hitch, recorriera el mundo haciendo autoestop y lo contara. Lo crearon a partir de material de reciclaje: un cubo, un recipiente para pasteles y tubos de espuma (de esos que sirven para flotar en el agua) a modo de brazos y piernas. Llevaba unos guantes para fregar y calzaba botas de agua. Estaba anclado a una silla de viaje infantil con un mecanismo para apoyarla en el suelo. Así facilitaba la tarea de atarlo al asiento del vehículo y luego depositarlo otra vez en la cuneta, al llegar al destino. Allí lo recogería otro que fuera en la dirección apropiada y Hicht iría cumpliendo etapas.
HitchBOT había nacido para viajar y sabía muy bien a donde quería ir, para ello tenia integrado un sistema de GPS. Pero tanto como viajar le gustaba hacer amigos. Estaba programado con una tecnología similar a la de un teléfono, tenía un software de reconocimiento de voz y podía hablar con la gente, aunque de manera rudimentaria. Así el viaje se hace más ameno ¿verdad? Si lo recogías acababas sabiendo más de los lugares por los que pasabas todos los días, ya que Hitch buscaba en la wikipedia datos relevantes.
No solo hacía amigos en persona, también por las redes sociales. Llevaba integrada una cámara que hacía fotos cada 20 minutos. Algunas las colgaba en Instagram, Facebook o Twitter, donde se publicaban sus andanzas. Y en seguida se hizo muy popular.
Después del éxito de su recorrido por Canadá, en febrero de 2015 Smith y Zeller lo llevan a Alemania. Allí viaja durante 10 días, visitando ciudades como Colonia, Hamburgo, Munich o Berlín. Se mueve en deportivo, bicicleta y autobús; asiste a una boda cerca de Frankfurt (con beso de la novia incluido), visita la Puerta de Brandemburgo y participa en el Rosenmontag de Colonia.
Luego recorre Holanda durante 17 días, más feliz que una lombriz. Y otra vez para América, a aumentar el reto: cruzar los Estados Unidos de Este a Oeste. Sale de Marblehead (Massachusetts) el 17 de julio. «Mi destino final es el Explorarium en San Francisco, California. Sólo el tiempo dirá cuánto durará mi viaje. No puedo esperar a hacer nuevos amigos”.
Pero el viaje de Hitch se interrumpe antes de tiempo, exactamente el 1 de agosto de 2015. Nunca cruzó el país, nunca vio San Francisco. Su cuerpo, destrozado por un acto vandálico, se quedó en Filadelfia. Sus restos aparecieron en un callejón, le habían arrancado brazos y piernas y se habían llevado su cabeza. En su último tuit, sus creadores escribieron: “A veces a los robots buenos les pasan cosas malas”.
No se trataba de un experimento sobre robots, sino sobre nosotros. Y habíamos vuelto a suspender.
Real Humans
Hemos visto muchas películas de Ciencia Ficción que nos alertan sobre el peligro que puede suponer la inteligencia artificial. Unos seres dotados de una inteligencia y unas capacidades superiores lógicamente nos hacen sentirnos desvalidos. La mayoría de ellas parten de las tres leyes de la robótica de Asimov.
Leyes muy sensatas pensadas para nuestra protección. Pero, tal como los mismos creadores de HitchBOT expresaron, el suyo era un experimento sociológico que invertía los términos: no se trataba de saber si podíamos confiar en los robots, sino de si los robots podían confiar en nosotros. La conclusión está clara.
El impulso para rescatar la historia de HitchBOT de mi carpeta ‘blog_pendientes’ ha sido ver, tras la fascinante Ex Machina, las dos temporadas de Real Humans (Äkta människor, en su título original). Una serie sueca magnífica que les recomiendo encarecidamente.
Dos temporadas en las que convivimos con robots (ellos les llaman hubots) de todo tipo, unos más tontos y otros más listos; y un pequeño grupo más evolucionado que el resto: se les ha dado la capacidad de pensar por sí mismos. Algo que hace que la frontera entre hubots y humanos se difumine.
Por un lado, cada robot o robota (no será correcta pero a mí la palabra me mola) tiene sus propia personalidad y diferentes anhelos; unos más empáticos y otros menos, alguno hasta con inquietudes místicas. Igual que los humanos: hay desde quienes solos se sienten atraídos por robots hasta quienes quieren destruirlos a todos. Estos últimos son los ‘humanos reales’, un movimiento político al que claramente identificamos con los neonazis. Temen a los diferentes y ese miedo les lleva a querer destruirlos.
Hacia el final de la serie hay un juicio en el que se pide testimonio a un experto en robótica (como Steven Hawking, habla a través de una máquina). Se establece un diálogo entre la abogada interrogadora y el científico:
–¿Por qué esos hubots evolucionados constituyen una amenaza? –Porque ellos serán superiores a nosotros y nos sobrepasarán en todos los sentidos. –¿Y no podríamos cooperar?. –¿Ha intentado a cooperar alguna vez con un idiota?. –Solo porque estén vivos, sean libres o inteligentes no significa que sean idiotas o perversos. –Ellos no son idiotas, los idiotas somos nosotros.
En el fondo Real Humans no habla sobre robots sino sobre nosotros, como el experimento de HitchBOT. Y para ello se plantea una no tan futura (recuerden a Pepper) convivencia entre humanos y robots pensantes, y si estamos preparados para ello. Habla sobre nuestra relación con aquellos que son diferentes y cómo reaccionamos. Cómo la convivencia no siempre es fácil y hay zonas grises que nos confunden. La premisa principal de la serie es ¿qué nos hace humanos?
Les prometo que mi intención hoy era no hablar de lo de París, Beirut, Ankara, Gaza…