Tal vez no sepan que durante la Segunda Guerra Mundial los japoneses invadieron territorio norteamericano. Concretamente dos diminutas islas del archipiélago de las Aleutianas, perteneciente
a Alaska. Se llamaban Attu y Kiska.
Reconquistada Attu, se puso en marcha el último tramo de la Operation Cottage, la recuperación de Kiska.
Más de 30.000 soldados y unos 90 barcos (acorazados, destructores y cruceros) además de apoyo aéreo. Primero, bombardeo de la isla durante semanas. Finalmente, el 15 de agosto, marines estadounidenses –y unos pocos canadienses– desembarcan en Kiska.
En tiempo récord los norteamericanos recuperan la isla. Una hazaña olvidada en la historia. Un olvido en el que quizás tenga que ver la lista de bajas de ambos contendientes. Por parte americana: 200 muertos y más de 300 heridos.
Por parte japonesa: cero. Ni un herido, ni un rasguño. Ni siquiera un prisionero. Nada.
Ocupación japonesa
Cuando llegaron los americanos, los japoneses ya se habían largado de allí. El ejército estadounidense había invadido un isla vacía a costa de 500 bajas, entre muertos y heridos. Reconquistada la isla, ¿podemos hablar de éxito militar? En esas condiciones, ni siquiera pudo aprovecharse como éxito propagandístico.Recapitulemos. La Isla de Kiska fue descubierta en 1741 por Vitus Bering (sí, el del estrecho) junto al resto del archipiélago de las Aleutianas, pasando a soberanía rusa.
En 1867, Estados Unidos se la compró a los rusos por 7 millones de dólares. En el paquete iba todo el archipiélago. Nada remarcable hay en la historia de dicho lugar hasta el 6 de junio de 1942, cuando 500 soldados japoneses la tomaron en nombre de su emperador.
Tampoco esta invasión marcó un hito en la historia militar: los japoneses se encontraron con la oposición de 10 hombres y unos cuantos perros que guardaban una estación meteorológica.
En realidad la operación japonesa en las Aleutianas (donde también lograron tomar la isla de Attu) no era más que una maniobra de distracción en la operación nipona sobre Midway. Las pequeñas islas de Alaska no suponían ningún emplazamiento estratégico importante. Por eso los norteamericanos tardaron casi un año en recuperarlas. El valor de las mismas era más simbólico que real.
Una cuestión de orgullo
No obstante, seguía siendo territorio estadounidense y el lugar más cercano al continente americano al que habían llegado los japoneses. No podía quedar así. Por eso en el verano de 1943 se montó una gran operación para su recuperación, que supondría una victoria moral y propagandística.
La reconquista de Attu conllevó muchas más dificultades de las esperadas, con mas de 4.000 bajas estadounidenses entre muertos por una fanática resistencia nipona, hipotermias, enfermedades y heridos.
Con ese antecedente, ante el reto de Kiska los americanos quisieron prepararse bien. El lugar fue bombardeado ininterrumpidamente durante una semana, tanto desde el aire como desde el mar. Previamente se había llevado a cabo un bloqueo naval para evitar que los ocupantes recibieran ayuda y ‘ablandar’ aún más la resistencia japonesa.
Y en cierto sentido se podría decir que funcionó, ya que la resistencia enemiga no pudo ser más blanda. Unos días antes de la invasión, aprovechando la densa niebla y las tormentas, los japoneses destruyeron cualquier cosa que pudiera servir al enemigo y se largaron de allí. A su espalda quedó una isla llena de los cráteres de bombas y de chatarra militar. Absolutamente deshabitada.
Desembarco en Kiska
Los norteamericanos no se habían enterado, así que en la madrugada del 15 de agosto unos 5.000 marines desembarcan en la playa, junto a una brigada canadiense. Dando tiros a diestro y siniestro, como se hace en estos casos. Y, como pasa siempre en estos casos, esos tiros acaban dañando a alguien; en esta ocasión a los propios compañeros.
Tras los marines llega la artillería, para continuar su imparable avance. Mientras, desde aviones y barcos se destruían las baterías y los antiaéreos japoneses. Nuevas oleadas de hombres llegan a la playa. Así, se desata la locura de la guerra hasta que alguien decide parar el fuego. Y se dan cuenta de que en frente no hay nadie.
Tras la sorpresa, los aliados no se fían y dedican una semana a peinar la isla, por si acaso. Por el camino, algunas trampas japonesas hacen de las suyas. Además, la mezcla de niebla y miedo sigue sumando bajas por fuego amigo. Accidentes y otra mina contra un barco dejarán la cifra final de más de 200 muertos y otros tantos heridos.
Hoy día la isla todavía muestra las secuelas de la batalla olvidada. Chatarra militar oxidada y montones de agujeros forman parte de su inhóspito paisaje. Está declarado Monumento Histórico Nacional y una placa recuerda a los que allí perdieron la vida. Murieron en una batalla sin enemigo para recuperar un trozo de tierra inhabitable que no le importaba a casi nadie.
Por el respeto que me merecen esos soldados, a mí me parece que el monumento pretendidamente patriótico es más bien una caricatura del patriotismo y un recordatorio del absurdo que en sí mismo es la guerra. Yo creo que da para una peli. Con plano de bandera ondulante al viento incluido.
Posts relacionados:
- 86
- 84
Después los estadounidenses repetirían el numerito en Granada, aunque con menos bajas, eso sí (en un lugar unas indomables palmeras fueron un hueso duro de roer).
La historia tiene un indudable elemento cómico del que soy consciente desde el principio, algo similar a otra historia del blog, de cuando los EEUU invadieron Rusia. Aún así espero haber mantenido un tono respetuoso ya que esas muertes no fueron de broma. La cosa es que si hay algo absurdo en todas las guerras, este episodio lo elevaba al cubo.