“Si los miembros del Batallón de Reserva Policial 101 pudieron convertirse en asesinos bajo esas circunstancias, ¿qué grupo de hombres no lo haría?”
(Cristopher Browning, «Aquellos hombres grises»).
El 13 de julio de 1942 los integrantes del Batallón 101 se levantan bien temprano. Es noche cerrada cuando suben a los camiones que les conducirán a Józefów (Polonia), adonde llegan al alba.
El Batallón de Reserva Policial 101 no forma parte del ejército ni de las SS. Es un grupo paramilitar formado por hombres que se ocupan de mantener el orden en la retaguardia, sin ninguna experiencia en combate.
Ya en Józefów, su comandante, Wilhelm Trapp, les arenga y les revela su misión: localizar a los judíos y matarlos a tiros.
Al final del día, los hombres del Batallón 101 acaban con los uniformes empapados en sangre. Han matado, uno a uno, a unas 1.500 personas. Todos judíos.
En aquella arenga inicial, su comandante, “Papá Trapp”, les dejaba una salida: si alguien no se ve con ánimos de cumplir la orden puede renunciar allí mismo, dando un paso al frente, y no sufrirá represalias.
El batallón lo formaban unos 500 hombres. Aquel paso al frente lo dieron solo 12.
¿Qué era el Batallón 101?
Los Batallones de Reserva Policial eran grupos paramilitares compuestos, en su mayoría, por hombres de mediana edad que ya no eran útiles para el ejército. También lo formaban algunos jóvenes que querían hacer carrera en la policía o reengancharse en el ejército sin haber pasado por el servicio militar. Se reclutaban por zonas. En el Batallón 101 todos eran de Hamburgo.
Con el rápido avance alemán tanto en Polonia como en Rusia las autoridades crean estos cuerpos destinados a asegurar la retaguardia. Sus misiones: recuperar armamento dejado por los polacos en su retirada, detener a partisanos y opositores y reasentar a la población judía, que afea la conquista. La idea final es ‘limpiar’ Polonia –y luego Rusia– de enemigos; dejarla reluciente para que los colonos alemanes encuentren por fin el espacio vital que merecen como raza superior.
Las deportaciones, sobre todo de judíos, eran operaciones violentas, obviamente. Pero el Batallón 101 nunca se había encontrado antes con lo que iba a vivir en Józefów ese caluroso día de julio. Les pilló por sorpresa.
Lo que sabemos de Józefów y del Batallón 101 –y, por lo tanto, este post– se lo debemosa Christopher Browning y su excelente “Aquellos hombres grises”. El historiador estadounidense tuvo acceso a las actas del juicio posterior -que lo hubo, con el resultado que están ustedes temiendo– y a las declaraciones de los protagonistas. Este post vendría a ser solo una especie de prefacio. Si les interesa el tema, el libro está disponible en castellano.
Como señala Browning, empezando por el título, no eran nazis exaltados de primera hornada, ni chavales que habían mamado nazismo desde la guardería. Eran gente corriente, como usted y como yo.
Una oferta rechazada
Tras un poco de contexto necesario, volvamos a la noche de autos.
Son las dos de la mañana cuando el Batallón 101 se dirige a Józefów. No saben qué van a hacer en aquel pequeño pueblo donde habitan unos 1.800 judíos. Aunque a algunos hombres les inquieta llevar más del doble de la munición habitual.
Al llegar, su comandante, Wilhelm Trapp, les reúne en un gran círculo y les explica -con toque dramático- su trabajo allí. Tienen que localizar a todos los judíos del pueblo. A los que puedan ser útiles para trabajar se les deportará, al resto los matarán allí mismo de un disparo.
No me puedo imaginar el estado de esos hombres aquella mañana tras oír a Trapp. Según los testimonios recogidos por Browning, les pilla completamente desprevenidos.
Quizás el shock explique que algunos de ellos declararan después no haber escuchado la insólita oferta posterior. Tal vez solo fuera una excusa ante el juez. Trapp les dijo que quien no estuviera preparado para la tarea podía renunciar; que diera un paso al frente y se le asignaría otra. Tal cual, sin ningún tipo de castigo.
Tras estas palabras se hace un momento de silencio. Debió parecer una hora. Entonces, Otto-Julius Schimke, de la tercera compañía, lo hace. Da ese larguísimo, interminable, descomunal, paso al frente. Su capitán, Wolfgang Hoffmann, intenta reprenderle, pero Trapp lo corta en seco. Eso anima a otros once compañeros a dar ese titánico paso adelante. Y luego nada.
De 500 policías, 12 se negaron a matar allí mismo a mujeres, niños y ancianos indefensos. Doce.
Por cierto, Trapp, tras darles la orden se largó. Pasó la mayor parte del día fuera. Escribe Browning: “(…) su ausencia allí llamó la atención. Tal como observó con amargura un policía, ‘el comandante Trapp nunca estaba allí’”. Suele pasar, quienes dan ese tipo de órdenes casi nunca están allí.
Terror a jornada completa en Józefów
Sin más objeciones, los policías del Batallón 101 proceden a registrar casa por casa para ir seleccionando a las víctimas. A los que no pueden moverse se les mata allí mismo. A los que pueden caminar se les reúne en el mercado. Józefów es pequeño: en el mercado, en todo el pueblo e incluso en los alrededores, se escuchan los disparos y los gritos de horror.
Pero parece que el trabajo no es del todo satisfactorio. Un poco antes de acabar la redada se les aparta y se les da una lección rápida sobre cómo matar mejor. Según uno de los testigos, el doctor Schoenfelder, “el médico de nuestro batallón”, les explicó cómo tenían que disparar para causar la muerte al instante. “Recuerdo exactamente que para esa demostración dibujó o perfiló el contorno de un cuerpo humano” con una vara en el suelo.
Mientras los camiones iban embarcando a los judíos en la plaza del mercado, en el bosque ya esperaba el primer grupo de tiradores. El capitán Julius Wohlauf se había pasado el día seleccionando distintos recovecos del bosque donde ir fusilando a los diferentes grupos que fueran llegando.
Llega el primer camión con unas 40 personas. A cada una de ellas se le asigna un policía que forma, cara a cara, con su víctima. Por parejas se dirigen hacia el lugar de ejecución. En ese trayecto algunos hablan, suplican, cuentan que son alemanes, que no entienden por qué les están haciendo eso. Uno de los policías acompaña a un anciano de Bremen, veterano condecorado en la Primera Guerra Mundial.
Se ordena a los judíos que se tumben en el suelo, en fila. Detalla Browning: “Los policías se colocaron detrás de ellos, pusieron las bayonetas en la espina dorsal sobre los omóplatos, tal como les habían enseñado y, cuando Kammer dio la orden, dispararon al unísono.”
Descansos para fumar
La descarga en el bosque retumba en el mercado. Los allí reunidos comprenden que es su último día. Sin embargo, según los testimonios que recoge Browning, “a partir de entonces, a los judíos los invadió una calma silenciosa; de hecho, en palabras de los testigos alemanes, una «increíble» y «asombrosa» serenidad”.
Las matanzas siguen. Los pelotones empiezan a turnarse. Un grupo de tiradores sale del bosque y otro entra. Así todo el día salvo una pausa para comer. Agotador para los verdugos.
Los que entran intentan buscar sitios libres de cadáveres pero cada vez van quedando menos. “Los hombres salían del bosque cubiertos de sangre y sesos, con la moral por los suelos y los nervios destrozados.” La masacre les lleva más tiempo del esperado y los responsables del Batallón 101 empiezan a ponerse nerviosos. De vez en cuando se le concede a un pelotón un descanso para fumar. También se les surte de alcohol.
La sangre en los uniformes y las imágenes en sus mentes se van acumulando, generando en algunos de los verdugos un rechazo físico. Se diría que algo animal, una repugnancia más allá de la conciencia o la ética.
Según avanza el día, el orden se va descomponiendo. Algunos de los policías, tras llevar varias rondas de disparos, piden ser relevados. Otros se escaquean, disimulan, se hacen invisibles a sus mandos en el mercado o en el bosque. Browning calcula que entre el 10 y el 20 por ciento del batallón actuó de esa manera.
Pero las ejecuciones continúan hasta la noche. El resultado final serán 1.500 personas asesinadas en Józefów en un día interminable.
Las siguientes siempre son más fáciles
Diecisiete horas después de su llegada, el Batallón 101 vuelve a su cuartel. Aquella noche casi nadie come, todos se emborrachan. Un pacto implícito les hará borrar ese día de sus conversaciones, aunque seguirá con ellos para siempre. Uno de los policías se despierta pegando tiros al techo.
El estrés pasa factura a los policías. A partir de ese momento se intentará que los hombres del Batallón 101 no tengan que ocuparse de los asesinatos ‘in situ’. Ese honor correspondió a los trawnikis. Estos eran auxiliares reclutados entre prisioneros ucranianos, letones y lituanos. Anticomunistas y antisemitas, eran entrenados por la SS y redimían sus culpas haciendo el trabajo más sucio.
A partir de ese momento los alemanes del Batallón 101 se encargaron principalmente de buscar y deportar a judíos hasta los campos de exterminio. También formaron los corredores que conducían a sus víctimas desde los trenes hasta las zanjas de fusilamiento. Menos apretar el gatillo, todo lo demás.
Aunque ese trabajo un poco menos sucio no supone que dejaran las masacres. De hecho, una vez superado el primer trauma, lo cosa se hizo más fácil, y la muerte siguió acompañando al Batallón 101. Algunos de ellos se aplicaron incluso con entusiasmo. Por ejemplo, el batallón participó en la masacre de la “Fiesta de la Cosecha” (Erntefest) en noviembre de 1943 en el distrito polaco de Lublin: 42.000 judíos asesinados. Una masacre mayor que la famosa de Babi-Yar, a las afueras de Kiev.
Browning nos dice “calculando por lo bajo” que fueron responsables, de forma directa, de la muerte a tiros de unos 38.000 judíos. Si a eso unimos los 45.000 que colocaron en los trenes hacia Treblinka “para un batallón de menos de 500 soldados, el recuento definitivo de víctimas fue de al menos 83.000 judíos.”
¿Por qué?
Superado el horror del relato, la primera pregunta es ¿por qué? Browning trata de encontrar la respuesta y, como suele pasar en estos casos, se queda atrapado en «la zona gris”.
Sobre las motivaciones, el historiador americano cita a diversos autores. Unos apuestan por las características del individuo: las personas crueles –de forma activa o ‘latente’– tendieron hacia el nacionalsocialismo. Otros consideran como factor determinante el contexto: las personas interpretan el papel que la sociedad les asigna. En ese sentido el autor señala similitudes –salvando las distancias–del Batallón 101 con los voluntarios del famoso experimento de Zimbardo en “la prisión” de Stanford.
Otra coartada sería el miedo al castigo, pero aunque los policías eran conscientes de que la orden de matar venía de una jerarquía superior a Trapp, éste les dejó una salida. No la tomaron porque su obligación estaba más cerca de la “obediencia a la autoridad” en el sentido general que formula Milgram en su famoso experimento. Una obediencia que no necesita de una coacción violenta. Se imponen conceptos como lealtad, deber o disciplina. No solo a favor de la jerarquía, sobre todo respecto a los propios compañeros. La presión de los iguales es la más difícil de sortear.
“Más que nada, uno sale de la historia del Batallón de Reserva Policial 101 con una gran desazón”.
(Christopher R. Browning. “Aquellos hombres grises”).
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Para el genocidio solo son necesarios la mente del psicópata y el principio de obediencia debida.
De hecho, yo diría que únicamente la mente del psicópata. Si ves la opinión de los profesionales, una de las armas de estos personajes es su capacidad de seducción. Eso unido a que tendemos a seguir al rebaño, por no perder lo poquito que tenemos ya tienes el coctail necesario para seguir a un loco de estos.
Pero si le juntas, que estos locos buscan el poder como el agua, y que no tienen empatía. No sienten ningún remordimiento ante sus actos, ya tienes la convinación perfecta para este tipo de catastrofes… de ahí la importancia de la educación, y del empoderamiento individual…
Gracias por el comentario Pedro. Como le decía a «Camino a Gaia» la clave no está en la psicopatía, eso explicaría muy pocos casos. Sería, eso sí, un a explicación más tranquilizadora.
No tengo ni idea, pero supongo que esa gente del Batallón 101 ha tenido pesadillas o remordimientos después, una vez pasada la fase de enajenación. Eran gente corriente.
En lo de seguir al rebaño ya sí veo un factor determinante, seguramente no el único, pero importante. Y eso no nos libra, a los no ‘psicopátas’ o a los que tenemos algo de empatía. Por eso la historia genera tanto desasosiego.
Gracias por comentar. Completamente de acuerdo con lo del principio de obediencia debida (hago mención en el post al experimento de Milgram, que desarrollo en otro post) pero no en lo del psicópata. Una mínima parte serían psicópatas, la gran mayoría no. El experimento de Milgram también se hace con gente ‘normal’. De ahí la desazón que menciona Browning.
Como es posible que un pueblo que sufrió tanto, ahora repita su historia pero del otro lado. Palestina libre!!!
Gracias Miguel, por comentar. Pues sí, la injusticia que sufre Palestina de tantos años ya parece un ‘fenómeno natural’ al que nadie le echa cuenta. Supongo que a los supervivientes del Holocausto no les hará ninguna gracia, pero en todo caso demuestra que no hay nada racial, ninguna perversidad propia de alemanes o israelíes, sino que depende de la posición en que te encuentres con respecto al «enemigo».
No sé de qué se sorprenden. A mí me mataría cualquiera de Uds sólo por mi trabajo.
Efectivamente, en lugar de vengarse de los alemanes trasladan ese odio hacia el pueblo palestino. Y lo peor es que asistimos a ese asesinato en masa sin pestañear, impotentes.