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La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.
Stanley Milgram (Los peligros de la obediencia, 1974)
El antidisturbios que golpea al anciano en youtube es su vecino, coincide con usted en el parque donde los hijos de ambos juegan juntos. El director de la sucursal que le vendió preferentes a unos jubilados analfabetos está a su lado en la barra del bar, tomando lo mismo que usted. El broker experto en evasión a paraísos fiscales se enamoró de la misma mujer que usted, y a él tampoco le hizo ningún caso.
La señora ministra, a la salida de su última reunión con el lobby de armamento, no puede dejar de pensar en esa mancha que le ha salido en el brazo. La jueza toma las mismas pastillas que usted para poder dormir.
Por las calles, las universidades, las plantas nobles de los bancos, los palacios y los estadios de fútbol caminan algunos verdaderos psicópatas. Son muy pocos. Fanáticos hay unos cuantos más, pero siguen siendo minoría.
El resto son personas como usted y como yo: personas normales, mediocres si me permiten, que, en determinadas circunstancias pueden convertirse en torturadores, sobre todo si cumplen órdenes de otros.
En julio de 1961, Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, realizó un conocido experimento en el que intentaba medir hasta dónde llega la obediencia a la autoridad cuando se enfrenta a la conciencia personal.
Los resultados sobrecogieron al propio Milgram.
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