Formoso fue el papa número 111 y ejerció su pontificando durante 5 años (septiembre de 891– abril de 896). Su etapa al mando de la iglesia romana fue convulso, que en aquellos tiempos es como no decir nada: entre 872 y 965 hubo nada menos que 24 papas, una profesión de alto riesgo.
Pero Formoso pasa a la historia no tanto por las dificultades durante su pontificado como por el juicio al que se le somete en 897. O sea, cuando ya llevaba 9 meses muerto.
Eso, por sí solo, tampoco es tan raro, lo curioso es que dicho juicio se celebra con el papa Formoso de cuerpo presente. Fue el llamado Concilio Cadavérico o Juicio del Cadáver. En latín me gusta aun más: Synodus Horrenda.
Hay que tener en cuenta que en aquellos años, más que ahora, el papa es un político con un pequeño ejército pero con un capital simbólico muy grande. Sus decisiones tienen repercusiones importantes en el mapa de la Europa cristiana y continuamente se ve sacudido por los vientos de la geopolítica.
Formoso se convierte en papa
Formoso llega al trono de San Pedro con el apoyo del carolingio Arnulfo de Carintia, mientras en Roma gobernaba “el bando italiano”, primero Guido de Spoleto y luego su hijo, Lamberto, al que Formoso coronó, algunos dicen que a regañadientes. Cuando Arnulfo marcha con su ejército sobre Roma -parece que a petición de Formoso– los Spoleto apresan al Pontífice. Pero tras el triunfo final de los carolingios, los italianos tiene que recular, el santo padre es liberado y corona a Arnulfo en la Basílica de San Pedro.
No se sabe si acabó agotado de coronar emperadores, si lo envenenaron o es que ya tenía 80 años, el caso es que a los pocos meses Formoso fallece, con división de opiniones en la hinchada.
Unos lo recordarán como un papa justo, recto y piadoso, pero el bando de los Spoleto no le tenía en gran estima. En cuanto Arnulfo, enfermo, abandona Roma y ellos retoman el dominio del cotarro, nombran a un nuevo papa: Esteban VI. Y llevan su venganza contra Formoso más allá de la tumba, en lo que es uno de los actos más curiosos, macabros y surrealistas en la historia de la Santa Sede; que ya es decir.
Synodus Horrenda
Lamberto de Spoleto y Esteban VI deciden montar un juicio contra Formoso por todo lo alto. Era enero de 897. Se convoca a cardenales, obispos y otros eclesiásticos que pasaran por allí con ganas de marcha, dándole al acto toda pompa y circunstancia posible.
Su acusador era Esteban VI y se nombró a un diácono como abogado de oficio para Formoso. Y, en lo que un guionista de Juego de Tronos habría descartado por excesivo, se decide que el acusado debía estar presente para ‘escuchar’ los cargos contra él. Se desentierra el cadáver, se le viste con sus hábitos papales y con todas las insignias que llevara en vida y se le sienta en un trono en medio de la sala.
En olor de santidad
Allí estaba, presente y ausente, atado a la silla para que no se cayera y rompiera en pedazos; un macabro espantapájaros, apestando la sala. Porque, según nos cuenta el historiador Gregorovius –rescatando fuentes medievales– el hedor hacía insoportable estar mucho rato allí, a pesar de rociar al acusado con todas las fragancias posibles.
La pantomima fue hasta el fondo. Gregorovius reproduce interrogatorios en los que el acusador pregunta directamente al cadáver si no era cierto que había intentado usurpar el papado. El acusado se mantenía impertérrito ante el hábil interrogatorio acusador. Pero, al no responder, el tribunal da por buenas las acusaciones. El plan de la fiscalía no tenía fisuras.
«Un hedor terrible emanaba de los restos cadavéricos. A pesar de todo ello, se le llevó ante el Tribunal, revestido de sus ornamentos sagrados, con la mitra papal sobre la cabeza casi esqueletizada donde en las vacías cuencas pululaban los gusanos destructores, los trabajadores de la muerte», relataba el concilio de 898 sobre lo sucedido el año anterior.
Se acusa a Formoso de abandonar su diócesis en Porto para ocupar la de Roma, lo que va contra el derecho canónico –lo mismo que había hecho el actual papa con la suya, por cierto. También de haber conspirado para usurpar el papado siendo seglar (en el pasado, Formoso tuvo que huir de su diócesis y fue excomulgado dos veces a falta de una).
Condena
La declaración de culpabilidad es encajada de forma impasible por el acusado, que tenía la su favor que no podía ser condenado a muerte. Su pena fue, entonces, ser borrado de la historia: una “condena de la memoria” siguiendo la tradición de la Antigua Roma.
Pero no solo eso, se le arrancaron los tres dedos de la mano derecha con los que daba las bendiciones y esa orgía de venganza y humillación siguió con el paseo del cadáver putrefacto por las calles de Roma hasta arrojarlo al río Tíber.
Al poco tiempo empezó a circular el rumor de que los restos de Formoso habían sido rescatados del río y empezaban a obrar milagros. El castigo había sido excesivo y el papa profanado todavía tenía partidarios: ese mismo verano Esteban VI fue depuesto y encarcelado, donde murió estrangulado.
Y con el tiempo Formoso fue rehabilitado y sus restos descansaron, por fin, en El Vaticano.
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Miguelgarciavega